miércoles, 30 de diciembre de 2009

Chivatos ejemplares


Arturo Pérez-Reverte en XLSEMANAL

Tendemos, porque nos tranquiliza la conciencia, a echarle la culpa de todo a la clase política, a los empresarios, a los sindicatos, al clima, a la mala suerte y al lucero del alba. Cogido aparte, cada uno de nosotros resulta inocente como un cervatillo. Nadie es nunca responsable de nada. Asombra la facilidad con que el ser humano se justifica, absolviéndose a sí mismo de todo: las matanzas de armenios, los campos de exterminio nazis, la Lubianka y los gulags soviéticos, Paracuellos, los años del franquismo, el terrorismo de ETA, las fosas comunes de Camboya, los burdeles de prisioneras en Bosnia. Lo que se tercie. Luego resulta que nadie sabía nada, que los ciudadanos honrados miraban hacia otro sitio. Y todo acaban comiéndoselo los de siempre: el dictador, el psicópata, el miliciano incontrolado, el falangista rencoroso, el malvado Carabel que actuaba por su cuenta. Cuatro gatos, en suma. Los demás estaban todos al margen. Estábamos. Y cuando pasa la racha, todo cristo saca del bolsillo y exhibe en público el certificado de buena conducta correspondiente, y luego sale a la puerta de la oficina y de la tienda, muy serio, a guardar el correspondiente minuto de silencio. Parece mentira, decimos, mirándonos unos a otros con la limpia mirada de la solidaridad fraterna a toro pasado, que siempre sale barata. Qué malos eran.

Pensaba hoy en eso, recordando una historieta de hace cosa de un mes, que apareció fugazmente en la prensa y de la que nadie ha vuelto a ocuparse después: la del muchacho que asistía a una escuela de idiomas de Palma de Mallorca, y que tomando café con sus compañeros, fuera de clase, mostró su desacuerdo con la obligatoriedad de hablar catalán para trabajar en la sanidad balear. Al terminar el intercambio de opiniones, y tras dedicar al chico el inevitable epíteto multiuso de fascista, varios de sus compañeros fueron a denunciarlo a la profesora. Que era francesa, pero estaba aclimatada de maravilla; muy hecha, ya, al sitio donde se gana el jornal. Y ésta, claro, lo expulsó del centro. Con el respaldo de la dirección, por supuesto. «Se ha creado un mal ambiente en el grupo», fue el punto final. Y hasta luego, Lucas.

Ahora díganme que no es lo mismo. Que esos prometedores jóvenes que fueron a chivarse a la profesora eran, o son, diferentes a los que, con carnet de Falange Española Tradicionalista y de las JONS –obligatorio para todos, refresquen esa memoria histórica–, denunciaban hace setenta años al rojo de mierda que, contumaz, se mostraba en desacuerdo con la obligatoriedad de hablar español en vez de farfullar dialectos separatistas financiados por Moscú. Díganme también, de paso, si la mayor responsabilidad de que a ese chico lo expulsaran la tienen la profesora y la dirección del centro –esbirros, a fin de cuentas, de un sistema que les da de comer–, o la tienen los jóvenes compañeros que, a los veinte años, ya son capaces de actuar como ciudadanos ejemplares, dispuestos a limpiar la patria y el idioma de indeseables. Dirían algunos de ustedes, quizás, que no podemos elevar esto a otras categorías, comparando la actitud de esos muchachos con la de los ciudadanos alemanes que, en sus buenos tiempos del cuplé, denunciaban al vecino comunista o judío; o con la de los millones de delatores vocacionales o circunstanciales que, durante siglos, en España y fuera de ella, abastecieron las hogueras inquisitoriales, los paredones y cunetas de carretera, las cárceles y los innumerables caminos del exilio. Pero en mi opinión se trata del mismo reflejo infame: fundirse con el entorno que permite sobrevivir marcando el paso que toca. Eso, aplicando el beneficio de la duda. Porque hay otra lectura menos piadosa: ciertos gobiernos, determinadas convenciones sociales, tal o cual político o empresario, la profesora de la escuela de idiomas y los alumnos mismos, allí como en otros lugares, no son sino manifestaciones concretas, cristalizaciones perversas de lo que deseamos tener y lo que, en consecuencia, tenemos. Con nuestro voto y aplauso, y también con el silencio de los borregos, que no siempre es imbécil o cobarde, sino también cómplice. Ellos encarnan nuestros deseos. Nuestra turbia alma. Dicen lo que queremos escuchar y permiten hacer lo que anhelamos. Nos comen la oreja, y por eso están ahí. Por eso triunfan. Por eso duran tanto. Son nuestro infame retrato. Después, cuando la Historia pasa factura, tomamos distancia y negamos ser los que están en la foto, saludando alborozados puño alzado o brazo en alto, según la época, cantando a coro lo que toque. Llorando emocionados cuando pasa Fernando VII, llenándole a Franco la plaza de Oriente, pagándole el chiquito y la tapa a Iñaki de Juana Chaos, aplaudiendo al sinvergüenza del Cachuli en un plató de televisión, o lo que sea. Hay que ver, decimos, qué malos eran los malos, y qué tontos eran los tontos. Palabra oportuna, ésa: eran. Bálsamo de Fierabrás. Cómo nos gusta conjugar la cochina tercera persona del plural.

domingo, 27 de diciembre de 2009

La fragancia del adiós


Joan Barril en El Periódico de Catalunya


A este paso voy a considerarme una especie en extinción. Y no me refiero a la cantidad de leyes y de ordenanzas que me excluyen sin que tenga la conciencia de delincuente. Al fin y al cabo, la vida ciudadana está poniéndose tan difícil como los análisis clínicos. Es decir, que la gente va a que le miren la sangre sin haber cambiado sus hábitos y lo que antes estaba por debajo de la línea de alarma hoy está por encima del riesgo.
Pero no se trata de leyes o de ordenanzas. Lo que acrecienta mi sensación de bicho raro es el hecho de no haber sido sometido jamás a una encuesta, ni telefónica ni presencial. Vamos: que nadie me ha preguntado nunca qué opino del sabor de un sopicaldo o de la inteligencia política del jefe del Estado. Puestos a buscar casualidades, debo decir que antes me ha tocado la lotería –un duro por peseta que hace años fue a cobrar mi maestro y amigo Josep Pernau– que no sentirme ungido por el dedo demoscópico. Como sea que he compartido mi perplejidad con otros ciudadanos o amigos que jamás han sido consultados, debo decir que las encuestas políticas se han convertido en un reclamo de lectura imprescindible. Existe un periodismo de encuestas y, lo que es más grave, existe también una política que se basa precisamente en las encuestas. La encuesta es la plasmación gráfica de algo que se intuye, pero es al mismo tiempo un dato que los que han de decidir consideran indiscutible. Al igual que con la fiebre, en vez de aplicar los labios sobre la frente del supuesto enfermo se parte de la base de la infalibilidad del termómetro. La vida de los países que no se sienten especialmente seguros necesita datos supuestamente objetivos para decidir hacia dónde ha de inclinarse la acción política. En eso parece que hemos ganado algo. En el siglo XIX bastaba el pronunciamiento de un puñado de rebeldes para desencadenar la represión. Hoy la cosa es más incruenta y las encuestas se sirven como si se tratara de un diagnóstico cuanto más alarmante mejor.
Desde ayer, y gracias a este periódico, sabemos que en una eventual consulta sobre independencia sí o independencia no el voto afirmativo llegaría casi al 40%. Me gustaría verlo en la realidad. Porque las respuestas siempre dependen de las preguntas. La independencia de España puede ser el apoyo a un proyecto o un rechazo a un estado de cosas, que no es lo mismo. El proyecto independentista no va más allá de un sentimiento, tan respetable como se quiera, pero eminentemente sentimental. ¿Cuántos de esos supuestos votantes telefónicos han votado sí a la independencia como mera reacción a las muchas falsedades que desde el resto de España se vienen expandiendo desde hace siglos? La independencia, hoy por hoy, no tiene liderazgo ni modelo económico ni proyectos de alianzas ni complicidad con los poderes reales catalanes. Ese casi 40% responde a un honorable hastío, pero un hastío huérfano. Mientras que los unionistas se consolidan en un panorama tradicional, sólido y cómodo. Visto así, el resultado de la encuesta publicada en letras enormes puede ser visto como una noticia, pero tiene como efecto secundario el carácter de proclama provocativa.
Las encuestas son un aroma. Ayudan a la pasión pero no llevan ni al amor ni al desamor. Las encuestas suelen ratificar los errores de apreciación. En esa misma encuesta publicada ayer se ve que más de la mitad de los españoles de España creen que el castellano está perseguido en Catalunya. La verdad no es de quien la ve, sino de quien la publica.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

El lugar ha perdido su magia


Una columna de Ángel Sánchez Ponce

http://impulso-ciudadano.blogspot.com/2009/12/el-lugar-ha-perdido-su-magia.html


El primer libro que leí de Ian Gibson fue ‘Ligero de equipaje’ una espléndida biografía de Antonio Machado. Sus capítulos finales impresionan por la tristeza infinita que el autor imprime a la muerte del poeta y de su madre, en el exilio. Del hispanista volví a repetir en ‘Cuatro poetas en Guerra’ que trata sobre la experiencia y vivencias de Machado, Juan Ramón, Miguel Hernández y Lorca, durante el conflicto fratricida, típicamente español, del primer tercio del S.XX. En los capítulos referidos a Lorca expone Gibson, con detalle, su prendimiento y muerte y describe cuidadosamente el lugar donde, con toda probabilidad, los verdugos enterraron al universal dramaturgo junto con otros malaventurados republicanos. Espoleado por la curiosidad que destapó la lectura del mencionado episodio, sin atender las predicciones del tiempo que desaconsejaban una excursión en la que predominaba lo visual -por las vistas panorámicas que la Sierra de Huétor ofrece- sobre lo etnográfico o gastronómico, decidí recorrer la zona asumiendo el riesgo y me encaminé por la carretera secundaria que une Víznar y Alfacar. A un par de kilómetros -ojo de buen cubero- de la salida de Víznar se encuentra la señalización del comienzo de un sendero que recorre el Barranco de Víznar junto con algunas cañadas de singular belleza. Dejé a mi derecha el sendero y proseguí mi camino hasta la Fuente Grande, en el término municipal de Alfacar, antigua alquería famosa por sus hornos de pan de excelente calidad (de esto hablaremos otro día), poco antes de llegar a la fuente -loada en versos maravillosamente por Ibn al-Jatib- topo, también a la derecha, con el parque García Lorca situado en un recodo de la carretera y decido parar a visitarlo detenidamente a la vuelta, así que continúo hasta llegar, unos pocos cientos de metros más allá, a la pequeña charca de agua transparente que en tiempos creían de propiedades mágicas y que abastecía el barrio granadino del Albaycín. Fotos, charla, risas, paseo y vuelta hacia el parque. Tiene el lugar una placeta circular de empedrado típico andaluz, ‘chinorro’ blanco y gris combinado para, puesto de canto, hacer distintos dibujos y figuras, y un entramado de pequeñas conducciones de agua que van a coincidir en una humilde cascada situada en un trozo de arco del redondel, huelga decir que toda la ingeniería y máquina ideada para hacer circular el agua fracasaba por desuso y falta de mantenimiento. Pero el objeto principal de mi prurito era un monolito ubicado en una esquina del parque, cerca del vallado y en una parte muy próxima a la carretera. Me hice una foto junto al monolito poco después de leer el recordatorio grabado en la piedra mientras la tristeza de evocar lo ocurrido allí hace setenta y dos años me embargaba. Memoricé la frase: “A la memoria de Federico García Lorca y de todas las víctimas de la Guerra Civil. 1936-1939”. Así, sin más, sin distinciones, sin separar a las víctimas de uno y otro bando; no sé quién es el propietario del parque, ni de quién es la competencia, si del ayuntamiento de Alfacar, de la Diputación, de la Comunidad Autónoma, tampoco sé el signo político del que decidió la inscripción a grabar en la roca, ni me importa ni tengo ganas de averiguarlo, pero ante la grandeza de aunar a las víctimas en un solo cuerpo, aunque los que estén enterrados sean sólo republicanos, no pienso poner pegas. A mí me basta.

Gibson se equivocaba, ya sabemos que no está enterrado ahí, ¿qué hemos ganado con ello?, nada, simplemente, ahora, el lugar ha perdido su magia.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Al lotero de Sort no lo prohíben


Antonio Burgos en ABC

COMO en Cataluña van a prohibir los toros y todo lo que huela a España, me pregunto qué va a pasar con Xavier Gabriel, el lotero leridano de Sort, quien en su administración de La Bruja de Oro es la nueva Doña Manolita en el tópico de la suerte nacional, pero vendiendo por Internet. Me extraña que Serrat no haya sacado ya al lotero de Sort en una canción, como Rafael de León puso a Doña Manolita en el «Quince mil» famoso de La Piquer. Antes eran de Doña Manolita y ahora, del lotero de Sort. Que no protesten los del referéndum separatista de la prima Montse: el «a quién le vendo la suerte, mañana sale y está premiado» ha pasado del centralismo de la Gran Vía madrileña al nacionalismo del Pirineo leridano.
Hasta autobuses tipo Imserso llegan a Sort para que los jubilados compren décimos y más decimos en la lotería prodigiosa. Décimos que restriegan por do más pecado había (o sea, por el ya me entiendes, por el mismísimo chupapiera) a una escultura lígnea de la mentada Bruja de Oro que allí tienen, al modo que en los pueblos pasan a los recién nacidos por el manto de la Patrona. Supongo que los promotores catalanes de la abolición de la Fiesta en cuanto Nacional tendrán ya en su hoja de ruta (que rima con lo que son) el cierre inmediato de La Bruja de Oro, inadmisible símbolo españolista de mierda que hay que prohibir. Que en Lérida se venda tantísima Lotería que se llama Nacional refiriéndose a España y no a Cataluña es una provocación inaceptable. O por lo menos una incoherencia. Es un milagro que los camisas negras de la Ezquerra no hayan fomentado ya en Cataluña la existencia de objetores de Lotería Nacional y anden recogiendo firmas para abolirla. Cómo será de contradictoria la cuestión, que le siguen diciendo Lotería Nacional, y no la cursilería de «Lotería del Estado Español», que es lo que les pegaría. Esta España que se quiebra como la tiniebla de mi soledad apenas existe en la unidad de destino en lo universal del Cortinglés, o en el volverán banderas victoriosas al paso alegre de La Roja, o cuando los niños de San Ildefonso cantan los premios de la Lotería Nacional. Los que convocan en sus pueblos consultas referendarias para separarse de España hocican ante los nacionales y centralistas bombos de la Lotería cada 22 de diciembre. Cuando los niños de San Ildefonso cantan la suerte no les organizan una pitada, ni Laporta reparte cinco mil millones de silbatos, y eso que su cantinela es como una Marcha Real de todos, con el estribillo de los mil euros.
Si aquí hubiera un poco de coherencia, en Cataluña prohibirían, tras los toros, todo lo que oliese a España. De momento el Cortinglés de Plaza de Cataluña, cerrado. Y después, clausura inmediata de todas las administraciones de Lotería Nacional. Empezando por La Bruja de Oro de Sort. Por españolistas. Pero, claro, entonces no irían las peregrinaciones de jubilatas a dejarse la paguita en Lérida. Creeré en la verdad de las aspiraciones separatistas catalanas el día en que en esa región no sólo no se juegue un euro de Lotería Nacional, sino que sean cerradas todas las administraciones. Y cuando les toque algo, aunque sea una pedrea, lo devuelvan y digan que Madrid se meta los millones por el culo. No caerá esa breva. Cuando toca el gordo en La Bruja de Oro, como siempre, ningún leridano rechaza un solo cochino euro de Madrid. Si le tocase a Carod, seguro que no rehusaba cobrar los millones de la España represora de las libertades catalanas.
No se lo digan a nadie, pero en Cataluña prohíben los toros por no prohibir la Lotería, especialmente la de Sort, que es mucho más Nacional que la Fiesta. La Lotería Nacional es de la poquita España común que nos va quedando. Lo saben. Pero como el lotero de Sort se embolsica ahora el dinero de media España como antaño Doña Manolita, la pela es la pela, Yordi, y al pulpo, ni reñirle

sábado, 19 de diciembre de 2009

Antitaurinos y «strippers»


Edurne Uriarte en ABC

Los antitaurinos del Parlamento catalán me recuerdan a las «strippers» que protestan periódicamente contra las pieles entregándose sacrificadas y valientes al porno blando. Los desvelos de estas señoras con los visones o con los zorros tienen que ver con el sufrimiento animal más o menos lo mismo que el voto antitaurino con la preocupación por los toros. Con la diferencia de que las strippers hacen un estupendo negocio con los desnudos de la única manera, con una causa, en que pueden hacerlo sin que las llamen determinadas cosas. Y lo de los antitaurinos se queda en lo puramente ideológico, como lo de los curas guipuzcoanos. Y a Munilla le toca más o menos el mismo papel que a los toros, el de la dichosa españolidad, nefasta en algunos sitios tanto si eres cura como aficionado a los toros como anónimo ciudadano.
Debatir con los antitaurinos del Parlamento de los «derechos» del toro, o de la tortura animal, es más o menos como hacerlo con los curas guipuzcoanos de asuntos religiosos. Una pérdida de tiempo, incluso una imbecilidad, del orden del debate intelectual con las modelos eróticas sobre sus campañas anti-pieles. O con el diputado catalán de ICV sobre su teoría del «estallido de machismos» que son las corridas de toros.
Si este debate fuera realmente sobre toros, al menos se desarrollaría en libertad. En desventaja para los taurinos, dadas las normas de la corrección política. Pero en libertad, al fin y al cabo, que es lo que falta en Cataluña cuando de identidad étnica se trata. No hay otra manera de explicar el voto secreto si no es por el miedo de los socialistas taurinos a parecer poco catalanes, o demasiado españoles en el caso de los nacionalistas.
No ha habido voto secreto para el aborto, pero ¡ay! como te pillen taurino en el Parlamento catalán, peor que si pillan vestida a una stripper, un desastre para el negocio.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Zapatero el presidente poeta

Las sotanas de la tribu


Ignacio Camacho en ABC.

QUÉ pena que esas gregorianas voces rebeldes alzadas contra el nuevo obispo de Guipúzcoa no se oyesen en todos estos años de dolor para entonar siquiera un compasivo responso, un piadoso gorigori por las víctimas del terrorismo. Qué lástima de coraje desperdiciado, tan útil como hubiera sido en la cristiana defensa del quinto mandamiento. Qué tristeza de sotanas ausentes en el consuelo, qué malograda energía de pastores callados ante la quijada siniestra de Caín. Y qué despilfarro de bravura este reciente motín diocesano, esta asonada de trabucaires insurrectos, esta sindicada rebelión de parroquias y arciprestazgos que tanto se echaba en falta cuando los báculos episcopales se inclinaban en reverenciosa aquiescencia con los verdugos. Qué asco de hipocresía, qué farisaica blancura de sepulcros podridos.
Esta arriscada clerecía carlistona que ahora recibe con rebrincos al prelado Munilla es la misma que arrastraba sus casullas en acólita sumisión al designio nacionalista. La que cobijaba en sacristías a los cómplices del terror. La que negaba funerales a los asesinados y predicaba comprensión para las razones de los asesinos. La que santificaba la viscosa equidistancia de los setienes y uriartes, la que ejercía de mediadora con los terroristas, la que retiraba su amparo a las víctimas de la coacción y del chantaje. La que siempre encontraba excusas y subterfugios para la violencia, la que siempre eludía con jesuíticos casuismos la condena del crimen, la que enfatizaba el sufrimiento de los perseguidores y minimizaba la angustia de los perseguidos. La que consagraba el vino áspero de las herrikotabernas. La tropilla talar del aranismo más rancio, la guardia vestal de las esencias del soberanismo, la levítica cuadrilla espiritual que amparaba con su doblez el delirio de la hegemonía étnica. La turbia centinela moral de un evangelio hemipléjico en cuya doctrina cabe antes un camello por el ojo de una aguja que un no nacionalista en el reino de los cielos.
Ahora han urdido una conspiración de batzoki contra un obispo euskaldun al que, siendo de su tierra y hablando su lengua autóctona, no consideran uno de los suyos. El viejo resabio tribal del nacionalismo se activa en cuanto atisba señales de discrepancia en el caserío o en la aldea. Coto privado de feligresía unívoca, reserva espiritual, vallado identitario de almas inmaculadamente fieles a la religión del diferencialismo. El recelo cimarrón se agrupa en reflejo de autodefensa para estigmatizar al recién llegado, aunque se trate sólo de un recién regresado al territorio vernáculo en el que goza del mismo derecho de acogida que quienes se consideran sus dueños. Enfermizo estigma de la otredad refugiado hasta en la soledad parroquial de una fe de campanario. Obcecada, prejuiciosa obsesión que convierte la acción pastoral de estos curas montaraces en la confusa hechicería de unos santones de tribu.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

sábado, 12 de diciembre de 2009

jueves, 3 de diciembre de 2009

En el INEM

domingo, 29 de noviembre de 2009

¿Qué hacemos en Afganistán?


Os invito a leer una columna de Irene Lozano en ABC. La foto es de un joven Felipe González haciendo la mili.


¿Cómo saberlo si ignoramos para qué estamos allí? Al principio, la ocupación de Afganistán se motivó en la captura de Osama bin Laden. Después, la invasión pasó a inscribirse en la guerra contra el terrorismo, un conflicto interminable que obliga a una misión perpetua. No obstante, el objetivo parecía poco ambicioso, de manera que la OTAN, la ONU, los gobiernos americanos y los europeos, añadieron otro más: hacer de Afganistán un paraíso de libertad y democracia. Como el país es sencillito -total, sólo han salido derrotados de allí dos imperios, el británico y el soviético- aún pensaron en aprovechar el viaje para liberar a las mujeres afganas del yugo islámico. Y es posible que olvide algo, teníamos tantos planes para Afganistán... Por desgracia, a estas horas no tenemos ninguno. Y eso no es lo peor. Si fuimos para apresar a Bin Laden, hemos fracasado y si lo hicimos para acabar con el terrorismo, también. Si los soldados marcharon en pro de la liberación de las mujeres afganas, siguen viéndolas por la celdilla del burka, y en el caso de que fuéramos para implantar la democracia, acabamos de legitimar un fraude gigantesco de nuestro viejo amigo Karzai. Ahora dice Carme Chacón que irán 200 soldados más y se quedarán cinco años. Pero ¿para qué? Pónganos un objetivo elevado, señora ministra; añada un fin sublime, ya ve qué poco cuesta. Y sin embargo, 1.000 hombres durante cinco años para sostenella y no enmendalla, son muchos hombres y muchos años.

60.000 personas a examen para Policía Nacional

viernes, 27 de noviembre de 2009

Los caballos de Canetti


José María Ridao en El País.

Una de las mayores incógnitas políticas es dónde desembocará esta sensación cada vez más generalizada de estar llegando al límite. Al límite de un debate público bronco y banalizado, al límite de unas polémicas entre partidos en las que la realidad es sólo un remotísimo referente, al límite de los casos de corrupción, al límite, incluso, de las columnas que, como ésta, declaran que se está llegando al límite.
Cuando, al hacer balance de lo que ha dado de sí la política española durante una semana, se alcanza la desengañada conclusión de que no hay mucho que decir, lo mejor sería guardar silencio. Pero, como señala Elías Canetti en una frase que suele repetir Miguel Ángel Aguilar, la voracidad del espectáculo acaba convirtiéndonos en caballos que se alimentan de su propio galope. Y entonces hay que escoger uno de dos caminos, o reincidir en asuntos sobre los que ya se ha dicho todo, desde lo más inteligente a lo más necio, o chapotear en los nuevos señuelos con los que unos tratan de ocultar que gobiernan de aquella manera y otros que tienen la casa sin barrer y que, por descontado, no están ni remotamente dispuestos a barrerla.

Flaubert confesó que, con Madame Bovary, se propuso escribir una gran novela sobre los asuntos banales de una adúltera de provincias. Es exactamente lo contrario de lo que en España sucede ahora: los asuntos capitales sirven de materia para el guión mediocre de una previsible gresca de patio de vecinos.

Con el agravante de que, encima, no se puede pasar de largo y dejar que se las compongan como puedan. Entre otras razones, porque son conocidas las consecuencias de abandonar el espacio que nos corresponde como ciudadanos, haciendo lo que jamás se debería hacer: abjurar de la política y los políticos, desentenderse de las instituciones democráticas.

Aunque es probable que ya nos hayamos olvidado, éste fue un país que creyó vehementemente algunas cosas. Creyó que su suerte debía estar unida a la de Europa, abandonando para siempre su condición de reserva folklórica para solaz de viajeros en busca de aventura y tradiciones primigenias. En apenas unas semanas, corresponderá a España presidir la Unión Europea en un momento crítico de su breve historia, pero éste es el momento en que poco o nada se sabe de lo que se pretende hacer y en que nadie parece interesado en solicitar información y explicaciones.

Este país creyó, además, que su atraso no era una maldición del destino, sino una manifestación del mal gobierno. Ante una crisis económica como la que padece el mundo, y que en España está teniendo efectos multiplicados y devastadores, lo único a lo que se asiste es a una reiteración de eslóganes risueños o catastrofistas, dependiendo del lugar que ocupen los respectivos portavoces.

A poco que se haga la prueba, no es difícil imaginarlos disfrazados como aquellos antiguos misioneros que iban de aldea en aldea prometiendo el cielo o amenazando con el infierno, según temperamentos y humores. Tan pocas razones, y no digamos estrategias, aducían para que el destino de las almas se inclinase hacia un lado o hacia el otro que, en el fondo, bien podrían ser los precursores de los responsables políticos que hoy se encaraman a la tribuna para lanzar eslóganes económicos que no buscan liderar la recuperación, sino crear quiméricos estados de opinión en favor de intereses electorales.

Y este país creyó, también, que el poder caciquil y corrupto que alentaron la Restauración y la dictadura no estaba inscrito en ningún código genético, sino que era resultado de considerar las leyes como obstáculos a sortear, no como imperativos absolutos. Hasta el punto de que Karl Marx definió a España como el país de Europa con más leyes y donde menos se cumplían. Frente a la proliferación de escándalos en los últimos tiempos, aún hay quien se atreve a proponer más leyes todavía, como si fuera preciso recordar por ley que no se pueden desviar fondos públicos hacia las arcas de los partidos ni tampoco de los bolsillos particulares.

Por más que se generalice la sensación de que estamos llegando al límite, las cosas en que este país creyó siguen vigentes. Y además, y a diferencia de lo que ocurrió tantas veces en el pasado, dispone de las herramientas imprescindibles para alcanzarlas, como son un régimen democrático y un nivel de desarrollo capaz de conjurar cualquier tentación de fatalismo.

Podemos, sin duda, seguir alimentándonos de nuestro propio galope, como los caballos de Canetti, y llevar el debate público hasta extremos de miseria inconcebibles. Pero las cosas que importan, y en las que este país creyó, están todavía ahí, exigiendo una respuesta.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Fauna ibérica totémica


Joseba Arregui en El Periódico de Catalunya.

Tomar como referencia la península Ibérica significa hablar de la piel de toro. Esa referencia animal lleva directamente al otro término del título, a la fauna. La fauna ibérica se encuentra peleada. O, mejor dicho: las divisiones que se dan en España hoy se simbolizan por medio de referencias al mundo animal, una especie de división de la piel de toro en nichos ecológicos en los que no reina la variedad de las especies, sino solo una especie de forma dominante.
No cabe duda de que algunos, en Catalunya, preferirían no estar incluidos en la piel de toro, aunque tampoco su espíritu geométrico daría como para exigir la inclusión en el hexágono francés, pero sí para reclamar ser reconocidos como cuña entre la animalidad ibérica y el espíritu geométrico francés. Y ello a pesar de que para afirmar su desacuerdo en que sea el toro –el de Domecq, el de la mitología o el de las corridas entendidas como fiesta nacional–el que les represente simbólicamente en este intento por resucitar el sistema totémico, prefieren dejarse representar por el burro.

Es conocida la tendencia de estos animales a resistirse a las órdenes de quien les quiere dirigir. Son animales empecinados, muy independientes, de no fácil apareamiento –lo que puede explicar, en parte, además de las razones tecnoeconómicas en la agricultura, que haya sido declarado en peligro de extinción– y de difícil gobernación. Es decir: usando un término español muy castizo, son muy cazurros.
Pero, hete aquí que a algunos catalanes les gusta el término de cazurros para designar a los mesetarios, que son todos los que encuentran algo criticable en las posturas políticas derivadas del catalanismo. En el caso de la identificación de los catalanes con los burros, parece que no llega a asumir todas las características del animal totémico.
No parece, tampoco, que los mesetarios estén a favor de una plena identificación con las características de su animal totémico, el toro. Pasa este por ser un animal noble, de buena planta, bravío, de raza pura, criado para responder con esas cualidades en el albero, a las cinco en punto de la tarde. No parece que la chapuza, la impuntualidad, el desaliño y otras características provengan de la identificación totémica con el toro.
Los vascos han optado por la identificación con la oveja. A pesar de que malas lenguas desconocedoras de la verdadera historia dicen que el toreo a pie tiene mucho que ver con los vascos, la verdad es que muchos vascos tampoco se sienten identificados con el toro. Y han preferido, ahora que la matrícula de los vehículos no da cuenta de la identidad etnolingüísitica del propietario, pegar una oveja, o varias, en la parte trasera del coche: para que se sepa que dentro va un vasco. Un vasco que tiene como animal símbolo a ese animal que, si bien cuenta con una raza específicamente vasca, la oveja latxa, no es precisamente el más específico de la tierra vasca. Quizá los sorianos –Soria pura, cabeza de Extremadura, indicador del punto de partida de las cañadas reales y símbolo de la trashumancia hispana– tendrían tanto o más derecho que los vascos a reclamar ese tótem identificatorio.
Ignoro si los vascos que recurren a la oveja como animal de identificación valoran la tendencia a la masa de esos animales, su ser gregario, su necesidad de cambiar de pastos en invierno y en verano, o es el recuerdo de que los puertos vascos vivían del comercio de la lana castellana que partía rumbo a su elaboración en tierras de Flandes.
Los madrileños todavía no parecen haber dado el salto a desligarse del toro para reclamar el oso, aunque quizá entonces se encontraran con la oposición de los asturianos. Tampoco los extremeños parecen haber sentido demasiado interés en recurrir al cerdo como animal totémico de identificación. Y el presidente Revilla, de Cantabria, podría encontrarse con una oposición de los vascos si eligiera como su animal totémico a la anchoa: los vascos han elegido a la oveja, pero en su voluntad soberanista eso no significa que hayan renunciado a la anchoa como animal con el que poder identificarse.

Es más: en esta piel de toro que es la península Ibérica, en esta España que algunos representan incluyendo a un toro en la enseña constitucional, ha aparecido las últimas semanas un animal que no parece muy de estas tierras: el alacrán. Por un tiempo, este animal más bien exótico ha tenido el poder de unirnos en la preocupación por ver liberados a los tripulantes del atunero.
Y todo este animalario, esta fauna ibérica, vive en una tierra que, según dicen quienes lo saben, incluye a los conejos en su nombre, pues no otra cosa debe significar Hispania sino tierra de conejos. Teniendo ese trasfondo histórico y terminológico, es de comprender que, al final, los habitantes de esa tierra hayan terminado eligiendo sus animales totémicos específicos. Esperemos que en esta granja orwelliana en la que todos son iguales no aparezcan los cerdos afirmando que son más iguales que todos los demás. Y no me refiero a los extremeños.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Las relaciones entre profesores y alumnos hoy en día

Allí, para siempre


Alfonso Ussía en La Razón.

«Miré al cielo y todo estaba negro. El negro del cielo se unía con el negro de los tejados de las casas. Eran las doce del mediodía y la luz, o la falta de luz, era de noche negra. Busqué refugio en una taberna, y la cerveza que bebían los clientes, era cerveza negra. Estaba en Belfast». Esta agradable y generosa descripción se debe al talento de Robert Linley, un modesto escritor ingles de historias de viajes domésticos. Nuestros cielos cantábricos, desde los vascos a los gallegos de la cornisa norteña, aún en días de galernas, vientos noroestes locos y panzas de burro estáticas y lluviosas, son luminosos si los comparamos con los de Irlanda del Norte. Se trata de que Iñaki De Juana Chaos sea extraditado a España o no. José Antonio Vera escribió días pasados en este periódico un sagaz artículo titulado «Mejor que no vuelva». Un juez irlandés tiene en sus manos la decisión. Los abogados del criminal que ha penado en España menos de un año de cárcel por cada uno de sus crímenes, han comunicado al juez que, de volver a España, De Juana Chaos podría caer en una profunda depresión que le llevaría a la muerte. Otro chantaje más. Curiosa depresión en quien ha asesinado a veinticinco inocentes. Pero aún así, me uno a la opción de Vera. Mejor que no vuelva. En Belfast para siempre.
Si De Juana volviera a España, cumpliría o no, una breve pena de prisión. Y en unos pocos meses estaría libre. Sería el héroe de las «herriko-tabernas». Le invitarían a pinchos y chacolí, al menos durante unas semanas. De Juana y su chica, Irati Aranzábal, no podrán vivir nunca como una pareja normal. Estarían en tensión y agobio hasta en su propia casa de San Sebastián. Pero mejor el agobio en San Sebastián que la tranquilidad en Belfast. Iñaki De Juana, el asesino, ha sido tratado en las cárceles españolas como un pachá. Chantajeó al Gobierno con unas alimentadísimas huelgas de hambre. Fue vergonzosa moneda de cambio del «proceso de paz» montado por Zapatero y Batasuna. Las autoridades penitenciarias le permitían, de acuerdo con sus antojos y apetencias, compartir con Irati toda suerte de quiquis y sucedáneos, con el mérito de que ni uno ni la otra asistieron nunca a los talleres de masturbación de la Junta de Extremadura. De Juana comenzó a sentirse preso con su libertad. Y a experimentar la inseguridad en sus largos y chulescos paseos donostiarras. Sus amigos terroristas del IRA le encontraron en Belfast el nidito de amor que exigía su nueva condición de casado. Y tanto ella como él, están hasta las narices de Belfast. La depresión le ha sobrevenido por amanecer en Belfast un día sí y otro también. La recuperación del asesino será un engorro para todos. Mejor que no vuelva. Para un español, y el canalla de De Juana lo es aunque no quiera serlo, la libertad en Belfast es más cárcel que la prisión en cualquiera de los centros penitenciarios de España. No he conocido a nadie que prepare con ilusión un viaje a Belfast. Sabino Arana eligió Lourdes para su viaje de novios. Sabino buscaba un milagro que no se produjo. Poder consumar su matrimonio. De Juana creyó encontrar en Belfast su libertad inmerecida. Que la disfrute, si es que en Belfast se disfruta la libertad. Y que no vuelva. Que se muera allí.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Sancho Panza y el Coto de Doñanna


Tomás Cuesta en ABC

CONFIARLE una comisión de delincuentes la reforma del Código Penal sería un disparate mayestático. Confiar en que, merced a los políticos, la corrupción política desaparecerá del mapa es igual de insensato y, aún así, en ello andamos. Un vendaval de regeneracionismo ha llegado a rebufo del huracán de los escándalos. Los prontuarios éticos se venden como churros y los de buenas prácticas te los quitan de las manos. Todo vale si es menester remediar honras y remendar virginidades. El que esté libre de chorizos que arroje la primera butifarra. Que levante el cayado aquel pastor que no haya tenido un lobo en el rebaño. Total, que, como a la fuerza ahorcan, a diestra y a siniestra se entona el mismo salmo. Contra el que roba, escoba; contra el que trinca, tranca. El farol, de tan obvio, resulta tabernario. Corruptos y «corrutos» volverán a la carga en cuanto el chaparrón escampe. A la carga o al cargo.
Marco Terencio Verrón -que era tenido en Roma por el más erudito de los ciudadanos- quintaesenció la función pública en un luminoso juego de palabras. «Onus est honos», un cargo es una carga. Servir al bien común es un empeño virtuoso, mas la fortuna y la virtud, según decía Sade, son irreconciliables. Los próceres de hoy día, sin embargo, no vacilan cuando hay que de echarse el peso de la irresponsabilidad a las espaldas. Tal es el caso de la señora de Montilla, que -aunque no sea el único y tampoco el más grave- se puede considerar paradigmático. Doña Anna Hernández es una socialista tan sociable que ha encontrado asiento en los consejos de catorce sociedades. ¡Ahí es nada, monada! Semejante derroche de laboriosidad confiere a su gestión una aureola legendaria. Hércules, a su lado, nunca dio un palo al agua; el camarada Stajanov fue un vago de remate. No obstante, hay quien alberga la sospecha (que linda con la duda razonable) de que se trata de un episodio agudo de bulimia cargante; que la mujer del César ni es casta ni es cauta; que el espejismo del oasis catalán intenta perpetuarse en el Coto de Doñanna.
A fin de poner coto al comadreo y amortiguar futuros descalabros, el «Molt honorable» mandamás de la plaza de Sant Jaume se ha comprometido a suscribir un riguroso «contrato de servicio» entre los administradores y los administrados. Tras su entrada en vigor, la servidumbre reprimirá las ansias de colmar el cazo; se abstendrá de sisar; no pimplará a escondidas y no distraerá los cubiertos de plata. ¡Cómo se nota que el «president» Montilla prefiere la zarzuela a la sardana! Se negará a reconocerlo, por no posar de rancio, pero es innegable que el tongo servicial se estrenó en «La Gran Vía» con cadencia de tango. «Pobres amas/ las que tienen que sufrir/ a esas truchas/ de criadas de servir;/ porque si una no tiene/ por las mañanas mucho de acá,/ crea usted, caballero,/ que la dividen por la mitad». Ahora, sumándole el tres por ciento, el unte y los recargos, la harían cuartos en vez de demediarla.
Después de transformar a la península en un triste archipiélago de ínsulas baratas, la infame turba de los politicastros se ha encasquetado una bacía quijotesca sobre la desolada vaciedad del cráneo. ¿A qué tanta hidalguía si el referente moral es Sancho? «Desnudo entré en el gobierno, y desnudo salgo», afirmó el escudero al dejar Barataria. ¡Menudo sinvergüenza! Mira que pasearse con la panza al aire...

jueves, 12 de noviembre de 2009

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La hora de la sociedad civil


Ignacio Camacho en ABC


EN tiempos de crisis intelectual o moral, que con frecuencia coinciden con recesiones económicas, la democracia se vuelve hacia la sociedad civil en busca de una respuesta capaz de generar nuevas esperanzas. El simple hecho de llamar sociedad civil a la que se organiza al margen de los partidos e instituciones denota una sensible desconfianza respecto de la clase política profesional, contemplada como una secta estamental que reproduce el papel de las antiguas dominancias militares o religiosas. Y no poco de sectario hay, en efecto, en su comportamiento colectivo, enfermo de corrupción y de ensimismamiento. Hace unos dias Joaquín Leguina reflexionaba con escepticismo sobre el tópico de que todos los políticos son iguales; para demostrar que no lo son, venía a decir, convendría que evitasen comportarse de forma sospechosamente similar en la defensa de sus vicios de casta.
El creciente proceso de desgaste o desprestigio de la política convencional que se viene observando en la sociología española debería propiciar un resurgimiento del protagonismo civil que activase la participación democrática; sin embargo, la articulación social al margen de las estructuras institucionales no pasa del estado abstracto porque los partidos y el poder han invadido el territorio político con una vocación excluyente. Incluso la eclosión de una emergente fuerza tercerista como la UpyD de Rosa Díez, que ilusiona a sectores urbanos desencantados de la partitocracia bipolar, se basa en la popularidad y el liderazgo de una figura del establishment fuertemente connotada de profesionalidad política. Las plataformas sociales, culturales o deportivas, los sindicatos y otras esferas asociativas están intervenidas por los poderes públicos a través de potentes redes clientelares y subvenciones diversas que coartan la independencia de su funcionamiento. De alguna manera, a lo largo de treinta años de democracia el poder tradicional se ha asegurado su hegemonía mediante la anulación de cualquier forma de autonomía civil y la subordinación a sus intereses de toda modalidad participativa.
Pero las encuestas son tercas: está creciendo el hastío ante la falta de respuestas. La versión más inane de la socialdemocracia coincide con el momento más lánguido de la derecha liberal, y en esa encrucijada de incapacidades la democracia necesita una válvula de escape para no caer en las tentaciones del populismo. La única vía posible es la de la llamada sociedad civil: foros, plataformas o tribunas de reflexión que escapen del sectarismo y propicien un rearme político y moral de la exigencia ciudadana. Para las clases urbanas, para los cuadros profesionales o intelectuales refugiados en el individualismo, es la hora de volver al debate público y rescatarlo de la esclerosis si no queremos que esa queja creciente languidezca en una pasiva renuncia conformista.

Los extremeños se tocan


http://www.periodistadigital.com/politica/autonomias/2009/11/10/en-plena-crisis-la-junta-de-extremadura-se-gasta-el-dinero-en-una-campana-de-masturbacion.shtml

martes, 10 de noviembre de 2009

lunes, 9 de noviembre de 2009

Corruptos en comandita


Manuel Martín Ferrand en ABC


EL hecho de que Ernest Benach, presidente del Parlamento de Cataluña y notable de ERC, haya nacido en Reus no le aporta ninguna de las notas características de otros hijos ilustres de la ciudad tarraconense. Carece de la pátina heroica de Agustina de Aragón, de la enjundia política del general Prim, de la capacidad creadora de Antoni Gaudí y de la astucia operativa de Antonio Pedrol.

En el mejor de los casos, y por no regatearle ningún mérito, puede reconocérsele la capacidad de hacer reír al prójimo que Andreu Buenafuente ha convertido en oficio. Es un caso este Benach. Anteayer, cuando arreciaban las noticias sobre casos de corrupción en la política catalana, revestido con la púrpura que corresponde a su magistratura, les propuso a los inquilinos eventuales del Antiguo Arsenal de la Ciutadella -el Parlament- un pacto contra «el descrédito de la política». Entre otras cosas, pretende Benach la redacción consensuada de un código de conducta para altos cargos, como si no fuera suficiente la observancia de las leyes y de las normas que establecen la ética y la buena educación.


La corrupción, seguramente inevitable en la vida pública, cursa aquí con mayor intensidad que en otros países vecinos. Es una consecuencia de la partitocracia y, por ella, de la mala calidad de nuestra democracia. No hay partido político que se libre de ella y va desde el uso indebido y privado de un vehículo oficial hasta el escamoteo de millones de euros. La originalidad de la corrupción catalana es que allí los corruptos actúan en comandita. En el resto de España, quizás porque el establecimiento burgués es más escaso y reciente, los golfos van de uno en uno y cuando surge un escándalo desmedido, como el «caso Gürtel», afecta a un partido político aislado. En Cataluña no es así.

El sentido familiar, tan entrañable y definidor de aquella hermosa tierra, les lleva a entender que la familia que delinque unida permanece unida. Como nos demuestran los últimos descubrimientos en la especialidad, existe una solidaridad intermilitante y golfa entre los partidos más diversos. Desde la Banca Catalana hasta hoy, por no abusar de la marcha atrás, sería difícil encontrar un solo caso de corrupción que no afecte, por lo menos, a dos de las formaciones presentes. De ahí que Benach, con responsabilidad institucional, pretenda que la política no se desacredite en lugar de ir al fondo del problema.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Tiempo anecdótico, pueril y pequeño.


Ignacio Ruiz Quintano en ABC


LOS factores preponderantes del desorden social actual son, formulados por Gómez Dávila, la «inquietud intelectual» del tonto y el «deseo de superación» del cuco.
España es su parque temático.
-Un socio de Aznar, un liberal y un hijo de franquista -tituló el periódico de Zapatero el caso Pretoria, penúltimo incidente económico entre familiachas políticas.
Siempre se ha dicho que el clima público de España produce tontos y locos, y al final, unos políticos -variantes de la anormalidad- que suelen comenzar haciendo locuras y terminan haciendo tonterías.
Ruano se deprimía porque sus amigos llamaban a su puerta y hablaban: Crisis... Huelga general... Revolución... Don Alejandro... Prieto... Los de la Fai... Melquíades... Maura...
-¡Ah, qué fastidio! Ninguno viene a decir: ¡Amor! ¡Amor! ¡Amor! ¡España! ¡España! ¡España! ¡Dios mío, sálvanos, antes de que ninguna cosa, de la chabacanería, de la estupidez, de este tiempo anecdótico, pueril y pequeño!
A cada nueva escandalera, el columnismo zen se pone farruco y exige que se ponga coto a la corrupción política. ¿Coto a la corrupción política? Nada más sencillo: diputados de distrito, elección directa del presidente y separación absoluta entre poder judicial y poder político. Pero entonces tendríamos una democracia, no esta partitocracia, o democracia «faisanada», cuya esencia es la desfachatez y en la cual sólo una tenue línea, inapreciable para el bárbaro o votante, separa la podredumbre del refinamiento. Garzón en la Justicia y Rubalcaba en la Política son la espuma de una sociedad con cinco millones de parados hechos para no tener dinero y pasarlo bien.
-La crisis económica se nota mucho más en Hollywood porque la gente está constituida para trabajar y ganar dinero, y cuando no trabaja es algo horrible, no sabe lo que hacer -decía Edgar Neville, recién llegado del Hollywood del 29-. Por eso allá no hay cafés. Pero esta nación, este Madrid, está hecho para no tener dinero y pasarlo bien.
Pasarlo bien. Ésa es la cuestión.
Tenemos al apuesto juez Pedraz yendo y viniendo con la clavícula de un pirata somalí como Cary Grant en «La fiera de mi niña». Tenemos al socialista Alonso, otro juez apuesto, halagando los bajos instintos de la chusma con la mentira de que van a apretar el cinto a los futbolistas ricos. Tenemos al ministro Rubalcaba «tenebroseándonos» la vida con el sistema Sitel, «para proteger a la gente». Tenemos al bello Vera, tirando de Gracián para justificar la infamia infinita del «Faisán». Y tenemos a los «pepitosnakens» (hijos, sin saberlo, de Pepe Nakens, el santo laico del republicanismo clerófobo) chapoteando gorrinamente en la gedeonada de un tribunal de derechos humanos (?) de Estrasburgo que juzga «ofensiva» a la cruz.
Gómez Dávila:
-Lo inaceptable en los «derechos del hombre» es el nombre.

jueves, 5 de noviembre de 2009

La política cultural "socialvergente"


Félix de Azúa en El País.


Nos guste o no, lo admitan o lo nieguen los responsables administrativos, el Estado impone sus criterios a la producción cultura] de un país por muy liberal que sea su Constitución. El Estado es el único financiador serio y sistemático, y aquello que elige para financiar responde a una multitud de factores; pero siempre es posible trazar uña recta a partir de muchas líneas en zigzag, y esa recta es la política cultural del Estado. Los actuales administradores del dinero cultural actúan bajo un imperativo ideológico típico del progresismo. Dicen que no son ellos quienes deben dirigir la producción cultural; que ésta ha de ser espontánea, de manera que sólo requiera una discreta activación de los puntos más sensibles. Este prejuicio es nefasto. En primer lugar se trata de un deseo, y, como tal, carece de utilidad administrativa. Es posible que lo mejor (¿para quién?) fuera la espontánea producción de las masas. El caso es que la espontánea creatividad de las masas depende fundamentalmente de su información, y ésta les llega por la televisión, la radio, las revistas populares y demás medios de comunicación. Así que la política cultural, según el prejuicio progresista, la haría el ministro de Transportes y Comunicaciones, el ministro de la Presidencia, el señor Calviño y el INLE, sin que nadie pudiera pedirles cuentas. Pero, en segundo lugar, eso no es ni siquiera cierto. La espontaneidad cultural popular es un fantasma retórico. El Estado impone una línea (clara y oscura), y la producción se adapta a ella indefectiblemente. Negarlo es dar síntomas de una hipócrita desconfianza en el poder del dinero.Las líneas de conductas son sutiles. Un ejemplo: en la publicidad madrileña las cajas de ahorro se anuncian con signos líricos y de considerable panfilía (me refiero a televisión): picos nevados, campos de trigo, canciones con cachet; en Fin, una cierta idealización de la clase media baja y sexagenaria. La caja de ahorros que se anuncia en el circuito catalán presenta una imagen opuesta: es una caricatura cruel, esperpéntica, humillante del ahorrador sexagenario catalán. Un grupo de provectos jugadores de dominó excitan la envidia de otros proyectos jugadores mediante la exhibición de un viaje a Mallorea, regalo de la entidad bancaria. "¡Y sin gastar un duro! ¿Eh?". Los gestos, el lenguaje, la decoración, parecen elegidos por el más grosero de los enemigos históricos de Cataluña. Pero, curiosamente, la Generalitat ha financiado una película (su título: Locos, locos carrozas) que es exactamente igual a esa publicidad, un abomínable producto que se jacta en decir: ¡Por fin tenemos un Pajares o un Alfredo Landa catalán! La película es una colección de tópicos sexuales, escatológicos y económicos típicos de la pornografía sociológica del franquismo.

No es casual. Un miembro del consistorio barcelonés me aseguró que la responsable de Cultura, Maria Aurèlia Capmany, había rechazado una exposición de Matisse por demasiado elitista. No debe, no puede ser verdad. Lo grave es que podría serlo, porque un ambicioso proyecto del mencionado departamento es la implantación de la zarzuela en Barcelona. La política cultural de los socialistas catalanes tiende a un populismo de la peor estirpe idealista. Se trata, según dicen, de "eliminar el elitismo" (todavía no lo llaman decadentismo) o de "promover el arte popular". Caminan ciegamente en dirección a Max Cahner y la política cultural de Convergència. Es un mimetismo inquietante.

Hay en ese planteamiento un par de equívocos. El primero y superior es el del término: lo popular. ¿Qué pueblo? No merece la pena analizarlo. Hoy día en Cataluña sólo hay un pueblo: la clase social en disputa electoral la presa de ambos partidos. Es decir, la pequeña burguesía católica y poscarlista, de donde, por otra parte, se nutren casi todos los cargos de ambos partidos, socialista y convergente. Es muy curioso que esa clase social, la única idealmente catalana, acapare la totalidad de la representación política. Ambos partidos se la disputan porque creen que es la única baza nacionalista real. De ahí la falta de interés total hacia lo que llaman cultura de elite o por una imprescindible captación del electorado inmigrante. El catalán por antonomasia, para ambos partidos, es el tendero de principios de siglo discretamente sexualizado.

El segundo equívoco es el de la neutralidad y el miedo al dirigismo cultural. Se trata de un« puro engaño. Dirigismo cultural lo hay siempre que existe financiación. Pero la izquierda trata de disimular la mala conciencia con el cuento de la cultura popular. Promover un cine de halago a las zonas más brutales y acéfalas de la sociedad (como Locos, locos carrozas) o financiar espectáculos que rozan lo patológico (como la práctica totalidad del teatro que se exhibe en Barcelona), con la excusa de que son populares, oculta la impotencia de los funcionarios para poner en pie una producción inteligente. Tratan de evitar críticas de la izquierda mediante el fantasmón del pueblo o de la tradición popular catalana mientras ofrecen cifras de asistencia (el argumento económico es el único argumento moral de la derecha), cifras que podrían multiplicarse por 10 si se decidieran a financiar una ejecución pública, el espectáculo más popular de todos los tiempos.

Reconozco que en este embrollo mimético juega un papel importante la ambigüedad de la palabra cultura. Ambigüedad que se eleva al cubo cuando se le añade el epíteto de popular. Si el pueblo es la masa interclasista y ajetreada de las ciudades, entonces no necesita financiación de ningún tipo para divertirse. Basta con una legislación tolerante en materia de orden público. Los errores se cometen cuando el pueblo queda reducido a un pequeño sector del electorado, codiciado por los partidos mayoritarios. Y esos errores, si no me equivoco, no son sólo errores políticos, son también errores morales. Porque con un disfraz mercantilista se está llamando política cultural a lo que es pura y simplemente un soborno libidinal. Y los responsables de cultura son entonces los actuales funcionarios del ministerio de propaganda. Si me votas tendrás sardanas bajo tu ventana, susurra Convergencia; vótame a mí y te daré zarzuela, cantan los socialistas. ¡Menudo panorama, señores!

Mangoneo y corrupción


Joaquín Leguina en El País


Por razones fáciles de entender, últimamente se escucha con frecuencia la siguiente sentencia: "No todos los políticos son iguales", lo cual es una obviedad, aunque se diga con intención de defender la honradez de los más frente a la corrupción de los menos. Y es una obviedad porque los políticos, como cualesquiera otras personas, son únicos e irrepetibles... Pero el recordatorio no sirve absolutamente para nada, pues ni siquiera trata de aportar solución alguna contra la marea negra que está cubriendo de basura a la política española.

Los partidos españoles tienen una bien acreditada fama de no querer autorreformarse

La falta de interés de los partidos en cortar la corrupción nace de la propia sociedad

Pero, ¿en verdad, la mayoría de los políticos son honrados? Si por honrado se entiende aquel servidor público que sólo se lleva para casa su sueldo, puede afirmarse sin demasiado riesgo que la mayoría de los políticos españoles son honrados. Pero el calificativo de honrado exige, a mi juicio, alguna precisión más. Por ejemplo, en torno al mangoneo. (Mangonear: entremeterse uno en cosas ajenas, pretendiendo mandar y disponer). Vamos a ello.

Durante algún tiempo hemos asistido -y asistimos- perplejos a manejos sin cuento en torno a la presidencia de Caja Madrid, y resulta escandaloso, pero no estamos ante algo nuevo, sólo contemplamos un mangoneo que es más espectacular que otros por practicarse éste con luz, cámaras, micrófonos y taquígrafos. Pero algo parecido ya ocurrió cuando, no hace tanto, vimos colocar sin ruido al frente de grandes empresas recién privatizadas (y también de Caja Madrid) a un grupo de amigos personales de Aznar, el entonces presidente del Gobierno, y no fue cosa muy distinta de la que pretendió hacer después Rodríguez Zapatero con Endesa y otras empresas energéticas... ¿Y qué preside, si no es el mangoneo, las concesiones de televisión o de las frecuencias de radio por parte de los distintos Gobiernos, ya sea el nacional ya sean los regionales? En fin, también el mangoneo manda a la hora del otorgamiento de contratos de obras o servicios públicos. Buena parte de las recalificaciones de terrenos no tienen otro origen que el mangoneo, y mangoneo sigue siendo que, por ejemplo, en Cataluña no haya forma de ganar un concurso público si la empresa o el individuo no tienen el domicilio en aquellas tierras.

Bien se ve, pues, que el mangoneo en España es el rey de la vida política. Una colonización ilegítima realizada por todos los partidos y que abarca a otros muchos aspectos de la vida social, judicatura incluida.

Pues bien, la corrupción no es otra cosa que un mangoneo remunerado. Por lo tanto -por aquello de que quien evita la tentación evita el pecado-, si los partidos quisieran, de verdad, acabar con la corrupción, tendrían que renunciar al mangoneo... pero eso -creo yo- va a ser mucho pedir.

Claro que algún ingenuo se preguntará si es evitable el mangoneo e intentaré darle respuesta.

No se trata de una utopía como tantas de las que han querido y quieren erradicar el mal de los corazones humanos, no es eso. Se trata de algo más sencillo, pues el objetivo es simplemente ponérselo más difícil a los potenciales corruptores y corruptos. ¿Cómo? Haciendo que las decisiones en el ámbito público sobre recalificaciones, contratos de obra o de servicios, concesiones, nombramientos fuera del ámbito estrictamente político (por ejemplo: Cajas de Ahorros), intervención en empresas y actividades privadas... estén: a) regladas y b) sean objeto de decisiones colegiadas por personas que no estén sujetas a mandato imperativo y sean elegidas con criterios estrictamente profesionales. De esta suerte, los políticos recibirían menos visitas interesadas y podrían dedicar ese precioso tiempo a solucionar algunos problemas, que buena falta hace.

Otra visión optimista a este propósito asegura que "no es que ahora haya más corrupción que antes, lo que ocurre es que ahora se persigue -judicial y policialmente- con más eficacia y ahínco". Pero ésta es una afirmación tan cándida como metafísica y, por tanto, vacía, pues resulta imposible comprobar mediante datos fiables si lo que se afirma es verdadero o falso.

Mas, sea como sea, estos escándalos encadenados que salpican -aquí y acullá- todo el mapa de España componen una mezcla explosiva cuando se juntan en el tiempo con las colas del paro, las cuales se comportan como tenias en el intestino de la sociedad española. Solitarias que siempre acaban por reproducirse, para seguir consumiendo el alimento (la fuerza de trabajo) que habría de servir para una sana supervivencia colectiva. Porque, digámoslo de una vez, el mercado laboral español es un desastre en el cual una buena parte de nuestra juventud naufraga entre contratos laborales encadenados y efímeros. Unos trabajos sin perspectiva de futuro, con la amenaza, siempre presente, del despido y donde abundan los gestores empresariales cuya especialización parece ser la de echar gente a la calle. No hay en el mundo un país que gaste -proporcionalmente- más dinero que España en formaciones profesionales de todo tipo. Dinero tirado, pues son aprendizajes que no sirven para casi nada en el campo laboral.

Una mezcla explosiva, sí, la de la crisis y la corrupción. Una conjunción perversa en la cual puede estar el germen del populismo... o de la abstención masiva... Y ante este deterioro, ¿qué van a hacer los grandes partidos? Lo diré en pocas palabras: mucho tendrá que apretarles el zapato para que se decidan a renunciar al mangoneo, fuente de toda corrupción. Lo más probable es que no hagan nada práctico. Y no lo harán porque los partidos españoles tienen una bien acreditada fama de no querer autorreformarse, y tampoco están dispuestos a descolonizar lo que han colonizado... Unos partidos que no quieren ni oír hablar del artículo 6 de la Constitución, que les obliga a ser democráticos en su estructura y funcionamiento. Unos partidos que, asimismo, desprecian otro artículo de la Constitución, aquel que obliga a una selección de personal -en la esfera pública- en la cual han de primar "el mérito y la capacidad". Unos partidos que se han dotado de unos reglamentos parlamentarios que ningunean a los diputados y a los senadores reduciéndolos al triste papel de meros ejecutores de un ente burocrático llamado "Grupo Parlamentario". En fin, unos partidos que están encantados de haberse conocido.

Pero hay a este respecto una hipótesis aún más pesimista que me cuesta aceptar y se resume así: la falta de interés de los partidos en cortar de raíz la corrupción nace de la propia sociedad. Por un lado, la plaga del sectarismo y su transformación en un electorado fiel, incapaz de castigar a sus adoradas siglas y, por otro, la trivialización de la moral pública. Todo lo cual conduce a la minimización del impacto electoral de las malas conductas. Si a eso se añade la generalización de una corrupción -que afecta a todos los partidos-, el electorado llega fácilmente a la conclusión de que se está ante una especie de gripe que llega inexorable con el invierno y que es inherente a la actividad política... y por eso es preciso acostumbrarse a convivir con ella...

Mas no es necesario tener la fe de Gramsci para intentar evitarlo y actuar, siguiendo aquel viejo criterio según el cual al pesimismo de la razón siempre cabe oponer el optimismo de la voluntad.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

martes, 3 de noviembre de 2009

El amable estafador


Joaquín Leguina en su blog.

Félix Millet, el “ciudadano que nos honra”, recibió en 2008 este título en presencia de las autoridades catalanas y del Ministro de Cultura y, apenas un año después, se ve ante la Justicia por haber “levantado” del Palau de la Música entre 20 y 30 millones de euros. Pero, claro está, un señor a quien también se le otorgó la “Creu de Sant Jordi” (Pujol) y la llave de Barcelona (Maragall) no puede ser tratado como un vulgar ladrón de gallinas. Quizá por eso el juez instructor, Juli Solaz, no ha visto indicios de malversación y ha decidido dejarlo libre con cargos, pero sin fianza. Y yo me pregunto: ¿dónde tendrá los ojos este lince?
Aparte de sueldos y dietas millonarias, de bodorrios de hijas y de putas (incluyendo los preservativos), el señor Millet se lo llevaba crudo y aún le sobraba para financiar a los partidos, con especial dedicación al CDC de Artur Mas. Pero este mangante es algo más. Se ha convertido en el paradigma de la Cataluña oficial, gente capaz de rechazar cualquier crítica con el simple exorcismo de la “catalanofobia”. Porque los políticos catalanes no responden ante los ciudadanos ni ante Dios ni ante la Historia. ¿Por qué? Porque ellos son Cataluña, la Cataluña eterna.
Millet es, también – y lo ha hecho con gran solvencia-, el representante de toda esa legión de las familias catalanas (miembros de las “cuatrocientas familias” que, según Millet, son las que mandan en Cataluña: las del Liceo, de la Caixa, del Barça, del Círculo Ecuestre, del Club de Polo… ) que fueron franquistas prácticos y pasaron sin cambiarse la ropa a servir al nacionalismo sin hacerle ascos al PSC (“esos chicos que eran progres en su juventud y que hoy nos sirven para que los votantes charnegos no se nos salgan del redil”).
Millet se verá ante los jueces y saldrá de la vida social, pero aún le quedará pasta para echar unos quiquis en el piso de la calle Verdaguer i Callí, donde puso, por cuenta del Palau, su nidito de amor mercenario… Y el resto, como en Hamlet, será silencio.

domingo, 1 de noviembre de 2009

sábado, 31 de octubre de 2009

Rajoy necesita un bicho


Juan Manuel de Prada en ABC

PROPONÍA ayer Ignacio Camacho una sagaz comparación de Rajoy con uno de aquellos vaqueros bondadosos y cachazudos, al estilo de James Stewart, que protagonizaron tantas películas del Oeste: muchachos de apariencia dócil a los que bandas de pistoleros malencarados convertían en diana de sus burlas, hasta que les «hervía el radiador», desenfundaban el revólver y se liaban a tiros. Hasta la fecha, sin embargo, Rajoy sólo ha disparado un tiro, que ha derribado a Ricardo Costa, a quien en la película corresponde un papel poco reseñable, más o menos el de un tahúr lechuguino, a la vez ingenuo y exasperante, que con sus aspavientos e insistencias acaba haciéndole perder la paciencia al protagonista; y que, una vez derribado sobre el suelo del saloon, descubrimos que ni siquiera iba armado. Descubrimiento que, a la postre, no hace sino acrecentar la mala conciencia del protagonista; mientras, envalentonados, los pistoleros malencarados se burlan de su más que discutible hazaña.
Aquí es donde el paisaje de la película cambia los horizontes de grandeza propios del western clásico para trasladarse al secarral almeriense. Porque la película que estamos viendo tiene más bien el aire sucio y patibulario de un spaghetti western: a los pistoleros malencarados los guían los apetitos más sórdidos; y, en su afán por satisfacerlos, se agrupan en bandas rivales que compiten en rapacidad y bellaquería. ¿Y qué pinta Rajoy en medio de semejante olla podrida? Pues aproximadamente lo mismo que James Stewart en una película de Sergio Leone. Rajoy puede servir de protagonista para un western clásico, donde las disputas entre colonos y ganaderos aún se desenvolvían sobre un fondo de pasiones honradas, donde el forajido aún era contemplado como una agresión al orden que debía restaurarse. Pero las querellas del partido que preside Rajoy son más propias de un spaghetti western desalmado, donde no hay leyes que observar o infringir por la sencilla razón de que no han sido formuladas, donde la violencia campea por doquier, donde sólo triunfan los malvados y los cínicos, donde más que un héroe que restaure el orden se precisa un cazador de recompensas que, con astucia y socarronería, envisque a los pistoleros de las bandas rivales y luego recoja sus despojos. Más o menos como hacía Clint Eastwood en Por un puñado del dólares, ganándose la confianza de las bandas rivales, sembrando la cizaña entre ellas, capaz de fingir complicidades y de pisar pescuezos, pero también dispuesto a dejarse algunos pelos en la gatera si la ocasión lo requiere.
Yo a Rajoy nunca lo he visto como a uno de esos taimados protagonistas propios del spaghetti western; pero tampoco creo que el papel que deba interpretar en esta película sea el de un bicho inescrupuloso al estilo de los que interpretaban Clint Eastwood o Lee Van Cleef: tal vez estos personajes obtenían el aplauso del público, pero nunca seducían a la chica (ni ganas que tenían); y Rajoy, como James Stewart o Gary Cooper, debe preocuparse no sólo de acabar con los malos, sino también de seducir a la chica, que aquí es el votante. Si Rajoy desea sobrevivir en el spaghetti western de las querellas intestinas de su partido, urge que se busque un bicho que le haga el trabajo sucio: alguien del corte de Alfonso Guerra o Álvarez Cascos, que conozca como la palma de su mano el terreno áspero en el que tiene que desenvolverse, un killer sin remilgos que sepa fingir complicidades y pisar pescuezos, pero que también esté dispuesto a dejarse algunos pelos en la gatera. Rajoy necesita un bicho capaz de hacer una carnicería entre las bandas rivales que se pretenden enseñorear de su partido; de lo contrario, ya puede darse por muerto. Porque, desde luego, la gente que lo rodea apenas sirve para llevarle flores a la tumba.

viernes, 30 de octubre de 2009

Pollo al ayuntamiento


RECETA DE COCINA:

POLLO AL AYUNTAMIENTO

Ingredientes
Un pollo
Un despacho
Varios chorizos



Preparación
1. Se coge el pollo y póngasele una corbata
2. Colóquesele en el mejor despacho de un ayuntamiento.
3. Rodéesele de unos chorizos frescos.
4. Déjesele a su antojo durante un tiempo.
5. Y el solito se va haciendo rico, rico, rico...

martes, 27 de octubre de 2009

El despilfarro deconstruido


Enrique Calvet en Expansión.


Existen dos verdades compartidas por la “intelligentsia” económica mundial y española: que España necesita como el aire reformas estructurales y que el sector público debe reducir drásticamente su gasto. Sobre el primer tema, produce una extrema languidez volver a citar lo obvio y volver a chocar contra el cortoplacismo de los actores políticos y la anteposición de sus intereses personales al bien común. El patético debate sobre los Presupuesto dejó claro que tal documento ha dejado de ser un instrumento de política económica para ser un instrumento de chalaneo para asegurar un año más de poltronas , normalmente a cambio de concesiones a quién más empeño tiene en desguazar España. Pero, nuestra impecablemente peinada ministra de economía sí dejó una pregunta clave de cara al segundo tema. ¿De dónde se va recortar el gasto pública? O, dicho de otra manera ¿de qué hablamos cuando pretendemos reducir el gasto público?
Uno de los hechos diferenciales de España, con respeto a los países de su entorno económico ( además del megaparo, la megadeuda, etc...) que se suele ignorar, es que nuestra nación ha aumentado vertiginosamente su déficit estructural. El que no atiende a ciclos económicos, sino a las estructuras de la Nación. Deconstruyamos llanamente el gasto público en su conjunto para entender bien lo que nos pasa.
En primer lugar tenemos el gasto evitable derivado de la mala gestión. Son muchos los ejemplos. Una mala decisión en la compra de equipamientos indispensables, una pobre política de selección de funcionarios, una inspección fiscal mejorable, etc... Siempre hemos de exigir la excelencia, pero, sinceramente, no se puede esperar gran ahorro en este campo, ocupe quién ocupe la gestión de gobiernos nacional, regionales o municipales. Sin demagogias, hay que exigir continuamente la mejora, pero no pensar que es la solución radical a nuestro déficit.
En segundo lugar, más grave, está el despilfarro nocivo para el bien común que se deriva de decisiones políticas clientelistas, electoralistas, o, sencillamente, delirantes. Aquí podemos recordar, entre muchas, la subida salarial a los funcionarios en 2009, en plena recesión, o el letal (para el bien común) sistema de financiación de la Cataluña ibérica, ampliable a toda región. Pero también la apertura de embajadas regionales o la financiación de brigadas de inspectores (y delatores) para erradicar el español de los comercios hispanocatalanes. No olvidemos las prescindibles obras faraónicas de Madrid, dejándola como ciudad campeona del endeudamiento, o la construcción de pistas de vuelo sin motor en un pueblo de la Extremadura profunda de 820 habitantes...! Con esos “delirios económicos” hay que acabar. Si bien terminar con esas prácticas tendría aún más réditos morales que económicos, el ahorro en el derroche sería importante. Pero cierto es que nuestro gasto estructural seguiría siendo insostenible.
Y es que queda el meollo. El gasto estructural derivado del sistema en que hemos transformado, los dos últimos decenios y sin fundamento, el orden constitucional que nos dimos en el 78, es un pozo sin fondo irracional. Y lo es por tres caminos. Primero por la simple medida cuantitativa de instituciones improductivas triplicadas, de la creación de centenares de miles de funcionarios duplicados, de la multiplicación de gastos suntuarios. ¿España se puede pagar 17 parlamentos, o profusión de universidades de dudosa calidad, o aeropuertos a medio utilizar? Ya no. Segundo por la reducción al absurdo de las facultades del Estado para aplicar políticas nacionales (justicia, educación, sanidad, política social...) con sus economías de escala y su visión global del bien común. ¿España se puede permitir la fractura de su mercado único en diecisiete o que el Estado no pueda controlar el despilfarro letal y opaco de las regiones? Ya no. Finalmente está el enorme coste de ineficiencia que supone el funcionamiento de administraciones superpuestas, encontradas, sin control ni coordinación, con la multiplicación de intereses politiqueros destructivos. ¿España se puede permitir que ser atendido de un síncope en una región distinta a la de su empadronamiento se convierta en un calvario costoso y larguísimo de papeleo y trámites? ¿Y un juicio? ¿Y la escolarización de su hijo cuando uno es trasladado? Ya no.
Mientras vendimos suelo y con ello pagamos ayuntamientos y grandes negocios cuyos impuestos mantenían el derroche podíamos sostener este modelo irracional y malévolo para el bien común. Pero el espejismo se fue y no volverá. Ya no. Ahora el sistema es insostenible. En ello está la realidad de nuestro despilfarro y en modificarlo está la única solución.
Me barrunto que de los que vivimos el momento de votar la Constitución, una inmensísima mayoría no se imaginaba ni por asomo que acabaría en esto. Es hora de reducir de verdad la sinrazón y el gasto público estructural. Y ello requiere retomar el sistema entero, tal vez con transformaciones constitucionales, tal vez con su simple aplicación sensata. Será mejor que nos pongamos a ello tranquila pero urgentemente, o se impondrá la cruda realidad....¡Y crudamente!

lunes, 26 de octubre de 2009

miércoles, 21 de octubre de 2009

martes, 20 de octubre de 2009

No ganaremos mucho


"Si el PP sustituye al PSOE en dos años pero sigue dependiendo de los nacionalistas, no ganaremos mucho".


ALEJO VIDAL-QUADRAS, eurodiputado del PP.

«Lo peor del mundo son los estúpidos y eso, realmente, no tiene solución»


Entrevista a Arturo Pérez-Reverte en ABC.

http://www.abc.es/20091020/cultura-literatura/perez-reverte-peor-mundo-200910200908.html

sábado, 17 de octubre de 2009

La pregunta del día


En la campaña electoral del 1982, un tenderete ramblero del PSC-PSOE fue quemado por un grupo de independentistas. ¿Podría pasar esto en el 2009?

Nadadores a contracorriente


Juan Manuel de Prada en ABC


Escribía Chesterton que sólo quien nada a contracorriente sabe con certeza que está vivo. Se trata, desde luego, de un ejercicio nada plácido, pues la energía que el nadador a contracorriente emplea en cada brazada no se corresponde con un avance proporcional; y basta con que flojee en su ímpetu para que la tentación del desistimiento haga mella en él. Quien nada a favor de la corriente, en cambio, no tiene que molestarse en bracear; y ni siquiera es preciso que esté vivo, pues la corriente seguiría arrastrándolo como si tal cosa. Las grandes batallas del pensamiento, las conquistas que han ensanchado el horizonte humano, siempre se han librado a contracorriente; y, con frecuencia, quienes se atrevieron a protagonizarlas fueron contemplados por sus contemporáneos como retrógrados, incluso como peligrosos delincuentes. Pero, junto al rechazo o incomprensión de su época, estos pioneros que osaron contrariar el «espíritu de los tiempos» pudieron proclamar con orgullo que estaban vivos; y con su sacrificio irradiaron vida en un mundo acechado por la muerte, convocaron a la vida a quienes por cobardía, por estolidez, por conformidad con las ideas establecidas nadaban a favor de la corriente.
Así debió ocurrir con los primeros patricios que, en la época de máximo esplendor del Imperio Romano, empezaron a manumitir esclavos, como aquel Filemón que, siguiendo las instrucciones de San Pablo, decidió acoger a su esclavo Onésimo como si de un «hermano querido» se tratase. Cuando Filemón manumite a Onésimo, la esclavitud no era tan sólo una institución jurídica plenamente reconocida, auspiciada y protegida por la ley; era también el cimiento de la organización económica romana. Según establecía el derecho de gentes de la época, los esclavos eran individuos que, aun perteneciendo a la especie humana, no eran «personas» en el sentido jurídico de la palabra, sino «bienes» sobre los que sus amos podían ejercer un «derecho» de libre disposición. Los nadadores a contracorriente como Filemón alegaron entonces que, más allá de los preceptos legales, existía un estado de naturaleza que permitía reconocer en cualquier ser humano una dignidad inalienable; y que tal dignidad era previa a su consideración de ciudadano romano. Aquella subversión del sistema legal establecido ponía en peligro el progreso material de Roma; y quienes entonces nadaban a favor de la corriente se emplearon a fondo en el mantenimiento de un orden legal que favorecía sus intereses. Tan a fondo se emplearon que la abolición de la esclavitud aún tardaría muchos siglos en imponerse; y no lo hizo hasta que el ímpetu pionero de nadadores a contracorriente como Filemón propició una metanoia social, un cambio de mente que antepuso ese meollo irrenunciable de humanidad que nos permite distinguir la dignidad inalienable de cualquier persona sobre los indudables beneficios económicos de la esclavitud. Y en el largo camino que condujo a esa conquista muchos Filemones fueron señalados como retrógrados, perseguidos y condenados al ostracismo.
Como ocurriera hace dos mil años a los primeros patricios romanos que empezaron a manumitir esclavos, ocurre hoy a quienes se oponen al aborto. Los nadadores a favor de la corriente los anatemizan y escarnecen, los calumnian presentándolos como detractores de los «derechos de la mujer», los caracterizan como sombríos «retrógrados» que amenazan el progreso social. Pero, como aquellos primeros patricios romanos que reconocieron en cualquier persona una dignidad inalienable, quienes hoy se oponen al aborto no hacen sino velar por ese meollo irrenunciable de humanidad que nos constituye, que nos permite reconocer como miembro de la familia humana a quien aún no tiene voz para proclamarlo, que nos impone proteger la vida gestante, la más desvalida e inerme, como garantía de nuestra propia supervivencia moral, para que no nos ocurra lo que Marcel Proust denunciaba, al describir el clima de corrupción en el que se desenvolvían sus personajes: «Desde hacía tiempo ya no se daban cuenta de lo que podía tener de moral o inmoral la vida que llevaban, porque era la de su ambiente. Nuestra época, para quien lea su historia dentro de dos mil años, parecerá que hubiese hundido estas conciencias tiernas y puras en un ambiente vital que se mostrará entonces como monstruosamente pernicioso y donde, sin embargo, ellas se encontraban a gusto».
El día en que nos encontremos a gusto en un ambiente vital que consagra el aborto como «derecho» habremos dejado de merecer el calificativo de humanos; porque simplemente habremos dimitido de la razón, que es -según nos enseñaba Aristóteles- capacidad de discernimiento sobre lo que es justo y lo que es injusto. Y cuando el hombre se desprende de la razón es como cuando las ramas se desprenden del árbol, que no les aguarda otro destino sino amustiarse. Cuando el aborto se acepta como una conquista de la libertad o del progreso, cuando se niega o restringe el derecho a la vida de las generaciones venideras, nuestra propia condición humana se debilita hasta perecer; y entonces nos convertimos, irrevocablemente, en esos nadadores a favor de la corriente que, sin advertirlo, aceptan su propia muerte con tal de no bracear. Porque muertos están quienes por cobardía, por estolidez, por conformidad con las ideas establecidas defienden el aborto; y también quienes con su silencio o indiferencia lo amparan, quienes con su anuencia sorda respiran sus miasmas, fingiendo que no les contagian.
A los soldados aliados que, en su avance hacia Berlín, liberaban los campos de concentración donde durante años se habían hacinado prisioneros famélicos, puras radiografías de hombre despojadas de su dignidad, no les estremecía tanto el espectáculo dantesco que se desplegaba ante sus ojos como la pretendida ignorancia de los lugareños vecinos, que habían visto llegar trenes abarrotados de presos al apeadero de su pueblo, que habían visto humear las chimeneas de los hornos crematorios, que habían visto descender la ceniza de los cadáveres incinerados sobre sus tierras de labranza y, sin embargo, habían fingido no enterarse de lo que estaba sucediendo ante sus narices. Con esta nueva forma de holocausto que es el aborto ocurre lo mismo: llegará el día en que las generaciones venideras, al asomarse a los cementerios del aborto, se estremezcan de horror, como hoy nos estremecemos ante las matanzas que ampararon los totalitarismos de hace un siglo (sólo que, para entonces, las cifras del aborto serán mucho más abultadas, vertiginosas de tan abultadas); pero se estremecerán, sobre todo, ante la complicidad tácita de una sociedad que, dimitiendo de su humanidad, prefirió volver el rostro hacia otro lado cuando se trataba de defender la vida más inerme, que incluso aceptó el aborto como un instrumento benéfico, entronizándolo en la categoría de «derecho». A esas generaciones futuras les consolará, sin embargo, saber que, mientras muchos de sus antepasados renegaba de su condición humana, acatando la barbarie y bendiciéndola legalmente, hubo unos cientos de miles de españoles que el sábado 17 de octubre de 2009 salieron a la calle para gritarle a una sociedad que yacía agusanada en la tumba: «Levántate y anda». Y, agradecidos, comprobarán que, con su gustoso sacrificio de nadadores a contracorriente, aquellos cientos de miles de españoles irradiaron vida en un mundo acechado por la muerte.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Corruptio optimi pesima.


"Corruptio optimi pesima", dice el adagio. La peor corrupción es la de los mejores. La de los presuntos mejores, por supuesto.