jueves, 5 de noviembre de 2009
Mangoneo y corrupción
Joaquín Leguina en El País
Por razones fáciles de entender, últimamente se escucha con frecuencia la siguiente sentencia: "No todos los políticos son iguales", lo cual es una obviedad, aunque se diga con intención de defender la honradez de los más frente a la corrupción de los menos. Y es una obviedad porque los políticos, como cualesquiera otras personas, son únicos e irrepetibles... Pero el recordatorio no sirve absolutamente para nada, pues ni siquiera trata de aportar solución alguna contra la marea negra que está cubriendo de basura a la política española.
Los partidos españoles tienen una bien acreditada fama de no querer autorreformarse
La falta de interés de los partidos en cortar la corrupción nace de la propia sociedad
Pero, ¿en verdad, la mayoría de los políticos son honrados? Si por honrado se entiende aquel servidor público que sólo se lleva para casa su sueldo, puede afirmarse sin demasiado riesgo que la mayoría de los políticos españoles son honrados. Pero el calificativo de honrado exige, a mi juicio, alguna precisión más. Por ejemplo, en torno al mangoneo. (Mangonear: entremeterse uno en cosas ajenas, pretendiendo mandar y disponer). Vamos a ello.
Durante algún tiempo hemos asistido -y asistimos- perplejos a manejos sin cuento en torno a la presidencia de Caja Madrid, y resulta escandaloso, pero no estamos ante algo nuevo, sólo contemplamos un mangoneo que es más espectacular que otros por practicarse éste con luz, cámaras, micrófonos y taquígrafos. Pero algo parecido ya ocurrió cuando, no hace tanto, vimos colocar sin ruido al frente de grandes empresas recién privatizadas (y también de Caja Madrid) a un grupo de amigos personales de Aznar, el entonces presidente del Gobierno, y no fue cosa muy distinta de la que pretendió hacer después Rodríguez Zapatero con Endesa y otras empresas energéticas... ¿Y qué preside, si no es el mangoneo, las concesiones de televisión o de las frecuencias de radio por parte de los distintos Gobiernos, ya sea el nacional ya sean los regionales? En fin, también el mangoneo manda a la hora del otorgamiento de contratos de obras o servicios públicos. Buena parte de las recalificaciones de terrenos no tienen otro origen que el mangoneo, y mangoneo sigue siendo que, por ejemplo, en Cataluña no haya forma de ganar un concurso público si la empresa o el individuo no tienen el domicilio en aquellas tierras.
Bien se ve, pues, que el mangoneo en España es el rey de la vida política. Una colonización ilegítima realizada por todos los partidos y que abarca a otros muchos aspectos de la vida social, judicatura incluida.
Pues bien, la corrupción no es otra cosa que un mangoneo remunerado. Por lo tanto -por aquello de que quien evita la tentación evita el pecado-, si los partidos quisieran, de verdad, acabar con la corrupción, tendrían que renunciar al mangoneo... pero eso -creo yo- va a ser mucho pedir.
Claro que algún ingenuo se preguntará si es evitable el mangoneo e intentaré darle respuesta.
No se trata de una utopía como tantas de las que han querido y quieren erradicar el mal de los corazones humanos, no es eso. Se trata de algo más sencillo, pues el objetivo es simplemente ponérselo más difícil a los potenciales corruptores y corruptos. ¿Cómo? Haciendo que las decisiones en el ámbito público sobre recalificaciones, contratos de obra o de servicios, concesiones, nombramientos fuera del ámbito estrictamente político (por ejemplo: Cajas de Ahorros), intervención en empresas y actividades privadas... estén: a) regladas y b) sean objeto de decisiones colegiadas por personas que no estén sujetas a mandato imperativo y sean elegidas con criterios estrictamente profesionales. De esta suerte, los políticos recibirían menos visitas interesadas y podrían dedicar ese precioso tiempo a solucionar algunos problemas, que buena falta hace.
Otra visión optimista a este propósito asegura que "no es que ahora haya más corrupción que antes, lo que ocurre es que ahora se persigue -judicial y policialmente- con más eficacia y ahínco". Pero ésta es una afirmación tan cándida como metafísica y, por tanto, vacía, pues resulta imposible comprobar mediante datos fiables si lo que se afirma es verdadero o falso.
Mas, sea como sea, estos escándalos encadenados que salpican -aquí y acullá- todo el mapa de España componen una mezcla explosiva cuando se juntan en el tiempo con las colas del paro, las cuales se comportan como tenias en el intestino de la sociedad española. Solitarias que siempre acaban por reproducirse, para seguir consumiendo el alimento (la fuerza de trabajo) que habría de servir para una sana supervivencia colectiva. Porque, digámoslo de una vez, el mercado laboral español es un desastre en el cual una buena parte de nuestra juventud naufraga entre contratos laborales encadenados y efímeros. Unos trabajos sin perspectiva de futuro, con la amenaza, siempre presente, del despido y donde abundan los gestores empresariales cuya especialización parece ser la de echar gente a la calle. No hay en el mundo un país que gaste -proporcionalmente- más dinero que España en formaciones profesionales de todo tipo. Dinero tirado, pues son aprendizajes que no sirven para casi nada en el campo laboral.
Una mezcla explosiva, sí, la de la crisis y la corrupción. Una conjunción perversa en la cual puede estar el germen del populismo... o de la abstención masiva... Y ante este deterioro, ¿qué van a hacer los grandes partidos? Lo diré en pocas palabras: mucho tendrá que apretarles el zapato para que se decidan a renunciar al mangoneo, fuente de toda corrupción. Lo más probable es que no hagan nada práctico. Y no lo harán porque los partidos españoles tienen una bien acreditada fama de no querer autorreformarse, y tampoco están dispuestos a descolonizar lo que han colonizado... Unos partidos que no quieren ni oír hablar del artículo 6 de la Constitución, que les obliga a ser democráticos en su estructura y funcionamiento. Unos partidos que, asimismo, desprecian otro artículo de la Constitución, aquel que obliga a una selección de personal -en la esfera pública- en la cual han de primar "el mérito y la capacidad". Unos partidos que se han dotado de unos reglamentos parlamentarios que ningunean a los diputados y a los senadores reduciéndolos al triste papel de meros ejecutores de un ente burocrático llamado "Grupo Parlamentario". En fin, unos partidos que están encantados de haberse conocido.
Pero hay a este respecto una hipótesis aún más pesimista que me cuesta aceptar y se resume así: la falta de interés de los partidos en cortar de raíz la corrupción nace de la propia sociedad. Por un lado, la plaga del sectarismo y su transformación en un electorado fiel, incapaz de castigar a sus adoradas siglas y, por otro, la trivialización de la moral pública. Todo lo cual conduce a la minimización del impacto electoral de las malas conductas. Si a eso se añade la generalización de una corrupción -que afecta a todos los partidos-, el electorado llega fácilmente a la conclusión de que se está ante una especie de gripe que llega inexorable con el invierno y que es inherente a la actividad política... y por eso es preciso acostumbrarse a convivir con ella...
Mas no es necesario tener la fe de Gramsci para intentar evitarlo y actuar, siguiendo aquel viejo criterio según el cual al pesimismo de la razón siempre cabe oponer el optimismo de la voluntad.
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