miércoles, 30 de diciembre de 2009

Chivatos ejemplares


Arturo Pérez-Reverte en XLSEMANAL

Tendemos, porque nos tranquiliza la conciencia, a echarle la culpa de todo a la clase política, a los empresarios, a los sindicatos, al clima, a la mala suerte y al lucero del alba. Cogido aparte, cada uno de nosotros resulta inocente como un cervatillo. Nadie es nunca responsable de nada. Asombra la facilidad con que el ser humano se justifica, absolviéndose a sí mismo de todo: las matanzas de armenios, los campos de exterminio nazis, la Lubianka y los gulags soviéticos, Paracuellos, los años del franquismo, el terrorismo de ETA, las fosas comunes de Camboya, los burdeles de prisioneras en Bosnia. Lo que se tercie. Luego resulta que nadie sabía nada, que los ciudadanos honrados miraban hacia otro sitio. Y todo acaban comiéndoselo los de siempre: el dictador, el psicópata, el miliciano incontrolado, el falangista rencoroso, el malvado Carabel que actuaba por su cuenta. Cuatro gatos, en suma. Los demás estaban todos al margen. Estábamos. Y cuando pasa la racha, todo cristo saca del bolsillo y exhibe en público el certificado de buena conducta correspondiente, y luego sale a la puerta de la oficina y de la tienda, muy serio, a guardar el correspondiente minuto de silencio. Parece mentira, decimos, mirándonos unos a otros con la limpia mirada de la solidaridad fraterna a toro pasado, que siempre sale barata. Qué malos eran.

Pensaba hoy en eso, recordando una historieta de hace cosa de un mes, que apareció fugazmente en la prensa y de la que nadie ha vuelto a ocuparse después: la del muchacho que asistía a una escuela de idiomas de Palma de Mallorca, y que tomando café con sus compañeros, fuera de clase, mostró su desacuerdo con la obligatoriedad de hablar catalán para trabajar en la sanidad balear. Al terminar el intercambio de opiniones, y tras dedicar al chico el inevitable epíteto multiuso de fascista, varios de sus compañeros fueron a denunciarlo a la profesora. Que era francesa, pero estaba aclimatada de maravilla; muy hecha, ya, al sitio donde se gana el jornal. Y ésta, claro, lo expulsó del centro. Con el respaldo de la dirección, por supuesto. «Se ha creado un mal ambiente en el grupo», fue el punto final. Y hasta luego, Lucas.

Ahora díganme que no es lo mismo. Que esos prometedores jóvenes que fueron a chivarse a la profesora eran, o son, diferentes a los que, con carnet de Falange Española Tradicionalista y de las JONS –obligatorio para todos, refresquen esa memoria histórica–, denunciaban hace setenta años al rojo de mierda que, contumaz, se mostraba en desacuerdo con la obligatoriedad de hablar español en vez de farfullar dialectos separatistas financiados por Moscú. Díganme también, de paso, si la mayor responsabilidad de que a ese chico lo expulsaran la tienen la profesora y la dirección del centro –esbirros, a fin de cuentas, de un sistema que les da de comer–, o la tienen los jóvenes compañeros que, a los veinte años, ya son capaces de actuar como ciudadanos ejemplares, dispuestos a limpiar la patria y el idioma de indeseables. Dirían algunos de ustedes, quizás, que no podemos elevar esto a otras categorías, comparando la actitud de esos muchachos con la de los ciudadanos alemanes que, en sus buenos tiempos del cuplé, denunciaban al vecino comunista o judío; o con la de los millones de delatores vocacionales o circunstanciales que, durante siglos, en España y fuera de ella, abastecieron las hogueras inquisitoriales, los paredones y cunetas de carretera, las cárceles y los innumerables caminos del exilio. Pero en mi opinión se trata del mismo reflejo infame: fundirse con el entorno que permite sobrevivir marcando el paso que toca. Eso, aplicando el beneficio de la duda. Porque hay otra lectura menos piadosa: ciertos gobiernos, determinadas convenciones sociales, tal o cual político o empresario, la profesora de la escuela de idiomas y los alumnos mismos, allí como en otros lugares, no son sino manifestaciones concretas, cristalizaciones perversas de lo que deseamos tener y lo que, en consecuencia, tenemos. Con nuestro voto y aplauso, y también con el silencio de los borregos, que no siempre es imbécil o cobarde, sino también cómplice. Ellos encarnan nuestros deseos. Nuestra turbia alma. Dicen lo que queremos escuchar y permiten hacer lo que anhelamos. Nos comen la oreja, y por eso están ahí. Por eso triunfan. Por eso duran tanto. Son nuestro infame retrato. Después, cuando la Historia pasa factura, tomamos distancia y negamos ser los que están en la foto, saludando alborozados puño alzado o brazo en alto, según la época, cantando a coro lo que toque. Llorando emocionados cuando pasa Fernando VII, llenándole a Franco la plaza de Oriente, pagándole el chiquito y la tapa a Iñaki de Juana Chaos, aplaudiendo al sinvergüenza del Cachuli en un plató de televisión, o lo que sea. Hay que ver, decimos, qué malos eran los malos, y qué tontos eran los tontos. Palabra oportuna, ésa: eran. Bálsamo de Fierabrás. Cómo nos gusta conjugar la cochina tercera persona del plural.

domingo, 27 de diciembre de 2009

La fragancia del adiós


Joan Barril en El Periódico de Catalunya


A este paso voy a considerarme una especie en extinción. Y no me refiero a la cantidad de leyes y de ordenanzas que me excluyen sin que tenga la conciencia de delincuente. Al fin y al cabo, la vida ciudadana está poniéndose tan difícil como los análisis clínicos. Es decir, que la gente va a que le miren la sangre sin haber cambiado sus hábitos y lo que antes estaba por debajo de la línea de alarma hoy está por encima del riesgo.
Pero no se trata de leyes o de ordenanzas. Lo que acrecienta mi sensación de bicho raro es el hecho de no haber sido sometido jamás a una encuesta, ni telefónica ni presencial. Vamos: que nadie me ha preguntado nunca qué opino del sabor de un sopicaldo o de la inteligencia política del jefe del Estado. Puestos a buscar casualidades, debo decir que antes me ha tocado la lotería –un duro por peseta que hace años fue a cobrar mi maestro y amigo Josep Pernau– que no sentirme ungido por el dedo demoscópico. Como sea que he compartido mi perplejidad con otros ciudadanos o amigos que jamás han sido consultados, debo decir que las encuestas políticas se han convertido en un reclamo de lectura imprescindible. Existe un periodismo de encuestas y, lo que es más grave, existe también una política que se basa precisamente en las encuestas. La encuesta es la plasmación gráfica de algo que se intuye, pero es al mismo tiempo un dato que los que han de decidir consideran indiscutible. Al igual que con la fiebre, en vez de aplicar los labios sobre la frente del supuesto enfermo se parte de la base de la infalibilidad del termómetro. La vida de los países que no se sienten especialmente seguros necesita datos supuestamente objetivos para decidir hacia dónde ha de inclinarse la acción política. En eso parece que hemos ganado algo. En el siglo XIX bastaba el pronunciamiento de un puñado de rebeldes para desencadenar la represión. Hoy la cosa es más incruenta y las encuestas se sirven como si se tratara de un diagnóstico cuanto más alarmante mejor.
Desde ayer, y gracias a este periódico, sabemos que en una eventual consulta sobre independencia sí o independencia no el voto afirmativo llegaría casi al 40%. Me gustaría verlo en la realidad. Porque las respuestas siempre dependen de las preguntas. La independencia de España puede ser el apoyo a un proyecto o un rechazo a un estado de cosas, que no es lo mismo. El proyecto independentista no va más allá de un sentimiento, tan respetable como se quiera, pero eminentemente sentimental. ¿Cuántos de esos supuestos votantes telefónicos han votado sí a la independencia como mera reacción a las muchas falsedades que desde el resto de España se vienen expandiendo desde hace siglos? La independencia, hoy por hoy, no tiene liderazgo ni modelo económico ni proyectos de alianzas ni complicidad con los poderes reales catalanes. Ese casi 40% responde a un honorable hastío, pero un hastío huérfano. Mientras que los unionistas se consolidan en un panorama tradicional, sólido y cómodo. Visto así, el resultado de la encuesta publicada en letras enormes puede ser visto como una noticia, pero tiene como efecto secundario el carácter de proclama provocativa.
Las encuestas son un aroma. Ayudan a la pasión pero no llevan ni al amor ni al desamor. Las encuestas suelen ratificar los errores de apreciación. En esa misma encuesta publicada ayer se ve que más de la mitad de los españoles de España creen que el castellano está perseguido en Catalunya. La verdad no es de quien la ve, sino de quien la publica.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

El lugar ha perdido su magia


Una columna de Ángel Sánchez Ponce

http://impulso-ciudadano.blogspot.com/2009/12/el-lugar-ha-perdido-su-magia.html


El primer libro que leí de Ian Gibson fue ‘Ligero de equipaje’ una espléndida biografía de Antonio Machado. Sus capítulos finales impresionan por la tristeza infinita que el autor imprime a la muerte del poeta y de su madre, en el exilio. Del hispanista volví a repetir en ‘Cuatro poetas en Guerra’ que trata sobre la experiencia y vivencias de Machado, Juan Ramón, Miguel Hernández y Lorca, durante el conflicto fratricida, típicamente español, del primer tercio del S.XX. En los capítulos referidos a Lorca expone Gibson, con detalle, su prendimiento y muerte y describe cuidadosamente el lugar donde, con toda probabilidad, los verdugos enterraron al universal dramaturgo junto con otros malaventurados republicanos. Espoleado por la curiosidad que destapó la lectura del mencionado episodio, sin atender las predicciones del tiempo que desaconsejaban una excursión en la que predominaba lo visual -por las vistas panorámicas que la Sierra de Huétor ofrece- sobre lo etnográfico o gastronómico, decidí recorrer la zona asumiendo el riesgo y me encaminé por la carretera secundaria que une Víznar y Alfacar. A un par de kilómetros -ojo de buen cubero- de la salida de Víznar se encuentra la señalización del comienzo de un sendero que recorre el Barranco de Víznar junto con algunas cañadas de singular belleza. Dejé a mi derecha el sendero y proseguí mi camino hasta la Fuente Grande, en el término municipal de Alfacar, antigua alquería famosa por sus hornos de pan de excelente calidad (de esto hablaremos otro día), poco antes de llegar a la fuente -loada en versos maravillosamente por Ibn al-Jatib- topo, también a la derecha, con el parque García Lorca situado en un recodo de la carretera y decido parar a visitarlo detenidamente a la vuelta, así que continúo hasta llegar, unos pocos cientos de metros más allá, a la pequeña charca de agua transparente que en tiempos creían de propiedades mágicas y que abastecía el barrio granadino del Albaycín. Fotos, charla, risas, paseo y vuelta hacia el parque. Tiene el lugar una placeta circular de empedrado típico andaluz, ‘chinorro’ blanco y gris combinado para, puesto de canto, hacer distintos dibujos y figuras, y un entramado de pequeñas conducciones de agua que van a coincidir en una humilde cascada situada en un trozo de arco del redondel, huelga decir que toda la ingeniería y máquina ideada para hacer circular el agua fracasaba por desuso y falta de mantenimiento. Pero el objeto principal de mi prurito era un monolito ubicado en una esquina del parque, cerca del vallado y en una parte muy próxima a la carretera. Me hice una foto junto al monolito poco después de leer el recordatorio grabado en la piedra mientras la tristeza de evocar lo ocurrido allí hace setenta y dos años me embargaba. Memoricé la frase: “A la memoria de Federico García Lorca y de todas las víctimas de la Guerra Civil. 1936-1939”. Así, sin más, sin distinciones, sin separar a las víctimas de uno y otro bando; no sé quién es el propietario del parque, ni de quién es la competencia, si del ayuntamiento de Alfacar, de la Diputación, de la Comunidad Autónoma, tampoco sé el signo político del que decidió la inscripción a grabar en la roca, ni me importa ni tengo ganas de averiguarlo, pero ante la grandeza de aunar a las víctimas en un solo cuerpo, aunque los que estén enterrados sean sólo republicanos, no pienso poner pegas. A mí me basta.

Gibson se equivocaba, ya sabemos que no está enterrado ahí, ¿qué hemos ganado con ello?, nada, simplemente, ahora, el lugar ha perdido su magia.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Al lotero de Sort no lo prohíben


Antonio Burgos en ABC

COMO en Cataluña van a prohibir los toros y todo lo que huela a España, me pregunto qué va a pasar con Xavier Gabriel, el lotero leridano de Sort, quien en su administración de La Bruja de Oro es la nueva Doña Manolita en el tópico de la suerte nacional, pero vendiendo por Internet. Me extraña que Serrat no haya sacado ya al lotero de Sort en una canción, como Rafael de León puso a Doña Manolita en el «Quince mil» famoso de La Piquer. Antes eran de Doña Manolita y ahora, del lotero de Sort. Que no protesten los del referéndum separatista de la prima Montse: el «a quién le vendo la suerte, mañana sale y está premiado» ha pasado del centralismo de la Gran Vía madrileña al nacionalismo del Pirineo leridano.
Hasta autobuses tipo Imserso llegan a Sort para que los jubilados compren décimos y más decimos en la lotería prodigiosa. Décimos que restriegan por do más pecado había (o sea, por el ya me entiendes, por el mismísimo chupapiera) a una escultura lígnea de la mentada Bruja de Oro que allí tienen, al modo que en los pueblos pasan a los recién nacidos por el manto de la Patrona. Supongo que los promotores catalanes de la abolición de la Fiesta en cuanto Nacional tendrán ya en su hoja de ruta (que rima con lo que son) el cierre inmediato de La Bruja de Oro, inadmisible símbolo españolista de mierda que hay que prohibir. Que en Lérida se venda tantísima Lotería que se llama Nacional refiriéndose a España y no a Cataluña es una provocación inaceptable. O por lo menos una incoherencia. Es un milagro que los camisas negras de la Ezquerra no hayan fomentado ya en Cataluña la existencia de objetores de Lotería Nacional y anden recogiendo firmas para abolirla. Cómo será de contradictoria la cuestión, que le siguen diciendo Lotería Nacional, y no la cursilería de «Lotería del Estado Español», que es lo que les pegaría. Esta España que se quiebra como la tiniebla de mi soledad apenas existe en la unidad de destino en lo universal del Cortinglés, o en el volverán banderas victoriosas al paso alegre de La Roja, o cuando los niños de San Ildefonso cantan los premios de la Lotería Nacional. Los que convocan en sus pueblos consultas referendarias para separarse de España hocican ante los nacionales y centralistas bombos de la Lotería cada 22 de diciembre. Cuando los niños de San Ildefonso cantan la suerte no les organizan una pitada, ni Laporta reparte cinco mil millones de silbatos, y eso que su cantinela es como una Marcha Real de todos, con el estribillo de los mil euros.
Si aquí hubiera un poco de coherencia, en Cataluña prohibirían, tras los toros, todo lo que oliese a España. De momento el Cortinglés de Plaza de Cataluña, cerrado. Y después, clausura inmediata de todas las administraciones de Lotería Nacional. Empezando por La Bruja de Oro de Sort. Por españolistas. Pero, claro, entonces no irían las peregrinaciones de jubilatas a dejarse la paguita en Lérida. Creeré en la verdad de las aspiraciones separatistas catalanas el día en que en esa región no sólo no se juegue un euro de Lotería Nacional, sino que sean cerradas todas las administraciones. Y cuando les toque algo, aunque sea una pedrea, lo devuelvan y digan que Madrid se meta los millones por el culo. No caerá esa breva. Cuando toca el gordo en La Bruja de Oro, como siempre, ningún leridano rechaza un solo cochino euro de Madrid. Si le tocase a Carod, seguro que no rehusaba cobrar los millones de la España represora de las libertades catalanas.
No se lo digan a nadie, pero en Cataluña prohíben los toros por no prohibir la Lotería, especialmente la de Sort, que es mucho más Nacional que la Fiesta. La Lotería Nacional es de la poquita España común que nos va quedando. Lo saben. Pero como el lotero de Sort se embolsica ahora el dinero de media España como antaño Doña Manolita, la pela es la pela, Yordi, y al pulpo, ni reñirle

sábado, 19 de diciembre de 2009

Antitaurinos y «strippers»


Edurne Uriarte en ABC

Los antitaurinos del Parlamento catalán me recuerdan a las «strippers» que protestan periódicamente contra las pieles entregándose sacrificadas y valientes al porno blando. Los desvelos de estas señoras con los visones o con los zorros tienen que ver con el sufrimiento animal más o menos lo mismo que el voto antitaurino con la preocupación por los toros. Con la diferencia de que las strippers hacen un estupendo negocio con los desnudos de la única manera, con una causa, en que pueden hacerlo sin que las llamen determinadas cosas. Y lo de los antitaurinos se queda en lo puramente ideológico, como lo de los curas guipuzcoanos. Y a Munilla le toca más o menos el mismo papel que a los toros, el de la dichosa españolidad, nefasta en algunos sitios tanto si eres cura como aficionado a los toros como anónimo ciudadano.
Debatir con los antitaurinos del Parlamento de los «derechos» del toro, o de la tortura animal, es más o menos como hacerlo con los curas guipuzcoanos de asuntos religiosos. Una pérdida de tiempo, incluso una imbecilidad, del orden del debate intelectual con las modelos eróticas sobre sus campañas anti-pieles. O con el diputado catalán de ICV sobre su teoría del «estallido de machismos» que son las corridas de toros.
Si este debate fuera realmente sobre toros, al menos se desarrollaría en libertad. En desventaja para los taurinos, dadas las normas de la corrección política. Pero en libertad, al fin y al cabo, que es lo que falta en Cataluña cuando de identidad étnica se trata. No hay otra manera de explicar el voto secreto si no es por el miedo de los socialistas taurinos a parecer poco catalanes, o demasiado españoles en el caso de los nacionalistas.
No ha habido voto secreto para el aborto, pero ¡ay! como te pillen taurino en el Parlamento catalán, peor que si pillan vestida a una stripper, un desastre para el negocio.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Zapatero el presidente poeta

Las sotanas de la tribu


Ignacio Camacho en ABC.

QUÉ pena que esas gregorianas voces rebeldes alzadas contra el nuevo obispo de Guipúzcoa no se oyesen en todos estos años de dolor para entonar siquiera un compasivo responso, un piadoso gorigori por las víctimas del terrorismo. Qué lástima de coraje desperdiciado, tan útil como hubiera sido en la cristiana defensa del quinto mandamiento. Qué tristeza de sotanas ausentes en el consuelo, qué malograda energía de pastores callados ante la quijada siniestra de Caín. Y qué despilfarro de bravura este reciente motín diocesano, esta asonada de trabucaires insurrectos, esta sindicada rebelión de parroquias y arciprestazgos que tanto se echaba en falta cuando los báculos episcopales se inclinaban en reverenciosa aquiescencia con los verdugos. Qué asco de hipocresía, qué farisaica blancura de sepulcros podridos.
Esta arriscada clerecía carlistona que ahora recibe con rebrincos al prelado Munilla es la misma que arrastraba sus casullas en acólita sumisión al designio nacionalista. La que cobijaba en sacristías a los cómplices del terror. La que negaba funerales a los asesinados y predicaba comprensión para las razones de los asesinos. La que santificaba la viscosa equidistancia de los setienes y uriartes, la que ejercía de mediadora con los terroristas, la que retiraba su amparo a las víctimas de la coacción y del chantaje. La que siempre encontraba excusas y subterfugios para la violencia, la que siempre eludía con jesuíticos casuismos la condena del crimen, la que enfatizaba el sufrimiento de los perseguidores y minimizaba la angustia de los perseguidos. La que consagraba el vino áspero de las herrikotabernas. La tropilla talar del aranismo más rancio, la guardia vestal de las esencias del soberanismo, la levítica cuadrilla espiritual que amparaba con su doblez el delirio de la hegemonía étnica. La turbia centinela moral de un evangelio hemipléjico en cuya doctrina cabe antes un camello por el ojo de una aguja que un no nacionalista en el reino de los cielos.
Ahora han urdido una conspiración de batzoki contra un obispo euskaldun al que, siendo de su tierra y hablando su lengua autóctona, no consideran uno de los suyos. El viejo resabio tribal del nacionalismo se activa en cuanto atisba señales de discrepancia en el caserío o en la aldea. Coto privado de feligresía unívoca, reserva espiritual, vallado identitario de almas inmaculadamente fieles a la religión del diferencialismo. El recelo cimarrón se agrupa en reflejo de autodefensa para estigmatizar al recién llegado, aunque se trate sólo de un recién regresado al territorio vernáculo en el que goza del mismo derecho de acogida que quienes se consideran sus dueños. Enfermizo estigma de la otredad refugiado hasta en la soledad parroquial de una fe de campanario. Obcecada, prejuiciosa obsesión que convierte la acción pastoral de estos curas montaraces en la confusa hechicería de unos santones de tribu.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

sábado, 12 de diciembre de 2009

jueves, 3 de diciembre de 2009

En el INEM