lunes, 16 de noviembre de 2009
Allí, para siempre
Alfonso Ussía en La Razón.
«Miré al cielo y todo estaba negro. El negro del cielo se unía con el negro de los tejados de las casas. Eran las doce del mediodía y la luz, o la falta de luz, era de noche negra. Busqué refugio en una taberna, y la cerveza que bebían los clientes, era cerveza negra. Estaba en Belfast». Esta agradable y generosa descripción se debe al talento de Robert Linley, un modesto escritor ingles de historias de viajes domésticos. Nuestros cielos cantábricos, desde los vascos a los gallegos de la cornisa norteña, aún en días de galernas, vientos noroestes locos y panzas de burro estáticas y lluviosas, son luminosos si los comparamos con los de Irlanda del Norte. Se trata de que Iñaki De Juana Chaos sea extraditado a España o no. José Antonio Vera escribió días pasados en este periódico un sagaz artículo titulado «Mejor que no vuelva». Un juez irlandés tiene en sus manos la decisión. Los abogados del criminal que ha penado en España menos de un año de cárcel por cada uno de sus crímenes, han comunicado al juez que, de volver a España, De Juana Chaos podría caer en una profunda depresión que le llevaría a la muerte. Otro chantaje más. Curiosa depresión en quien ha asesinado a veinticinco inocentes. Pero aún así, me uno a la opción de Vera. Mejor que no vuelva. En Belfast para siempre.
Si De Juana volviera a España, cumpliría o no, una breve pena de prisión. Y en unos pocos meses estaría libre. Sería el héroe de las «herriko-tabernas». Le invitarían a pinchos y chacolí, al menos durante unas semanas. De Juana y su chica, Irati Aranzábal, no podrán vivir nunca como una pareja normal. Estarían en tensión y agobio hasta en su propia casa de San Sebastián. Pero mejor el agobio en San Sebastián que la tranquilidad en Belfast. Iñaki De Juana, el asesino, ha sido tratado en las cárceles españolas como un pachá. Chantajeó al Gobierno con unas alimentadísimas huelgas de hambre. Fue vergonzosa moneda de cambio del «proceso de paz» montado por Zapatero y Batasuna. Las autoridades penitenciarias le permitían, de acuerdo con sus antojos y apetencias, compartir con Irati toda suerte de quiquis y sucedáneos, con el mérito de que ni uno ni la otra asistieron nunca a los talleres de masturbación de la Junta de Extremadura. De Juana comenzó a sentirse preso con su libertad. Y a experimentar la inseguridad en sus largos y chulescos paseos donostiarras. Sus amigos terroristas del IRA le encontraron en Belfast el nidito de amor que exigía su nueva condición de casado. Y tanto ella como él, están hasta las narices de Belfast. La depresión le ha sobrevenido por amanecer en Belfast un día sí y otro también. La recuperación del asesino será un engorro para todos. Mejor que no vuelva. Para un español, y el canalla de De Juana lo es aunque no quiera serlo, la libertad en Belfast es más cárcel que la prisión en cualquiera de los centros penitenciarios de España. No he conocido a nadie que prepare con ilusión un viaje a Belfast. Sabino Arana eligió Lourdes para su viaje de novios. Sabino buscaba un milagro que no se produjo. Poder consumar su matrimonio. De Juana creyó encontrar en Belfast su libertad inmerecida. Que la disfrute, si es que en Belfast se disfruta la libertad. Y que no vuelva. Que se muera allí.
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