sábado, 14 de noviembre de 2009

Sancho Panza y el Coto de Doñanna


Tomás Cuesta en ABC

CONFIARLE una comisión de delincuentes la reforma del Código Penal sería un disparate mayestático. Confiar en que, merced a los políticos, la corrupción política desaparecerá del mapa es igual de insensato y, aún así, en ello andamos. Un vendaval de regeneracionismo ha llegado a rebufo del huracán de los escándalos. Los prontuarios éticos se venden como churros y los de buenas prácticas te los quitan de las manos. Todo vale si es menester remediar honras y remendar virginidades. El que esté libre de chorizos que arroje la primera butifarra. Que levante el cayado aquel pastor que no haya tenido un lobo en el rebaño. Total, que, como a la fuerza ahorcan, a diestra y a siniestra se entona el mismo salmo. Contra el que roba, escoba; contra el que trinca, tranca. El farol, de tan obvio, resulta tabernario. Corruptos y «corrutos» volverán a la carga en cuanto el chaparrón escampe. A la carga o al cargo.
Marco Terencio Verrón -que era tenido en Roma por el más erudito de los ciudadanos- quintaesenció la función pública en un luminoso juego de palabras. «Onus est honos», un cargo es una carga. Servir al bien común es un empeño virtuoso, mas la fortuna y la virtud, según decía Sade, son irreconciliables. Los próceres de hoy día, sin embargo, no vacilan cuando hay que de echarse el peso de la irresponsabilidad a las espaldas. Tal es el caso de la señora de Montilla, que -aunque no sea el único y tampoco el más grave- se puede considerar paradigmático. Doña Anna Hernández es una socialista tan sociable que ha encontrado asiento en los consejos de catorce sociedades. ¡Ahí es nada, monada! Semejante derroche de laboriosidad confiere a su gestión una aureola legendaria. Hércules, a su lado, nunca dio un palo al agua; el camarada Stajanov fue un vago de remate. No obstante, hay quien alberga la sospecha (que linda con la duda razonable) de que se trata de un episodio agudo de bulimia cargante; que la mujer del César ni es casta ni es cauta; que el espejismo del oasis catalán intenta perpetuarse en el Coto de Doñanna.
A fin de poner coto al comadreo y amortiguar futuros descalabros, el «Molt honorable» mandamás de la plaza de Sant Jaume se ha comprometido a suscribir un riguroso «contrato de servicio» entre los administradores y los administrados. Tras su entrada en vigor, la servidumbre reprimirá las ansias de colmar el cazo; se abstendrá de sisar; no pimplará a escondidas y no distraerá los cubiertos de plata. ¡Cómo se nota que el «president» Montilla prefiere la zarzuela a la sardana! Se negará a reconocerlo, por no posar de rancio, pero es innegable que el tongo servicial se estrenó en «La Gran Vía» con cadencia de tango. «Pobres amas/ las que tienen que sufrir/ a esas truchas/ de criadas de servir;/ porque si una no tiene/ por las mañanas mucho de acá,/ crea usted, caballero,/ que la dividen por la mitad». Ahora, sumándole el tres por ciento, el unte y los recargos, la harían cuartos en vez de demediarla.
Después de transformar a la península en un triste archipiélago de ínsulas baratas, la infame turba de los politicastros se ha encasquetado una bacía quijotesca sobre la desolada vaciedad del cráneo. ¿A qué tanta hidalguía si el referente moral es Sancho? «Desnudo entré en el gobierno, y desnudo salgo», afirmó el escudero al dejar Barataria. ¡Menudo sinvergüenza! Mira que pasearse con la panza al aire...

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