lunes, 21 de septiembre de 2009

Pactos


Jon Juaristi en ABC


ÁNGEL Gabilondo Pujol llegó al Ministerio de Educación con el proyecto de un gran pacto nacional en el bolsillo, lo que no era, en absoluto, una improvisación de última hora. Como Rector de la Universidad Autónoma de Madrid, Gabilondo se había esforzado en pactar las líneas principales de su gestión que, en general, fue espléndida, y si la UAM destaca hoy en el conjunto de las universidades españolas, se lo debe en más que buena parte al espíritu conciliador del actual ministro, presidente de la Conferencia de Rectores (CRUE) hasta el mismo día de su nombramiento. Una actitud que no puedo menos que atestiguar, en mi condición de responsable de las universidades de la Comunidad de Madrid, desde la que me ha resultado grata, aunque no siempre fácil, la relación con Gabilondo, en sus sucesivos avatares de rector y ministro. Antes, yo era el destinatario de sus quejas contra la Administración, y ahora él sufre las mías, y unas y otras se dan mutua satisfacción según sentencia del tiempo, como decía Anaximandro, sin que sus causas eficientes hayan sido suprimidas, porque en medio de una crisis como la presente nadie queda contento al cien por cien, ni siquiera al cincuenta, y eso lo entienden mejor ciertos catedráticos de Metafísica que muchos economistas y, desde luego, que la mayoría de los progresistas utópicos, expresión que, dicho sea de paso, no deja de ser un pleonasmo.
Dicho esto, y reiterando mi estima por el ministro, voy a intentar exponer sucintamente por qué no creo posible el gran pacto nacional por la Educación que propone Gabilondo y que hasta Su Majestad el Rey considera necesario. No siempre lo necesario es posible. El ministro, por ejemplo, valora positivamente la iniciativa de una ley de Autoridad del Profesor, anunciada esta semana por la Presidenta de la Comunidad de Madrid, pero deplora que no se plantee tal medida en el marco de un pacto más amplio. Estoy seguro de que a Esperanza Aguirre le habría encantado presentar su propuesta como parte de un plan de reforma sólidamente consensuado, evitando así las acusaciones de parcheo que ya le han comenzado a lanzar la izquierda y los sindicatos. En lo de proponer pactos y consensos nacionales sobre Educación, Aguirre le gana en antigüedad a Gabilondo, y el ministro deberá reconocer que su propuesta, aunque no suscite entusiasmos, no ha recibido nada similar, ni de lejos, a las descalificaciones feroces, estúpidas y bordes con que la izquierda y los nacionalistas saludaron las ofertas de pacto educativo que, en su día, dirigió a la oposición la ministra de Educación del primer gobierno de Aznar.
El pacto por la Educación, hoy por hoy, no es posible, porque los gobiernos socialistas han ido destruyendo, desde hace cinco años, todos los consensos nacionales básicos. Ni los pactos de Estado explícitos ni los tácitos, que también los había, han sobrevivido a la guerra relámpago de Rodríguez contra los grandes acuerdos de la Transición. Por otra parte, hay que recordar que la enseñanza fue, precisamente, el principal campo de batalla que socialistas y nacionalistas eligieron para desestabilizar a los gobiernos del PP en los tiempos de la ministra Aguirre, y desde el que continúan hostigando a la derecha, a la Iglesia y a todo lo que se opone a su entente cordial con el nacionalismo catalán. No hay indicio alguno de desmovilización. La realidad del PSOE no la representa hoy el señuelo pactista de Gabilondo, sino quienes, como Tomás Gómez, reconocen que no admitirían conciertos con los centros privados de enseñanza cuyo ideario o modelo les resulte antipático.

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