Carmen Alcaide en El País:
El año 2008 ha terminado con gran preocupación y desconfianza de todos los agentes económicos y sociales. La desconfianza está provocada por los efectos de la crisis financiera internacional y española, el temor de los inversores a la aparición de nuevas noticias de quiebras y fraudes que pueden mermar sus ahorros, el temor de los trabajadores a perder sus empleos; la caída de las ventas, que, junto a la escasez de crédito, dificultan el funcionamiento de las empresas, hacen que las magnitudes fundamentales para el funcionamiento de la economía como son la producción, el consumo y la inversión presenten tendencias muy negativas y expectativas poco esperanzadoras.
Aunque comencemos 2009 con este panorama tan negativo, todos, empezando por los Gobiernos (estatal, autonómicos y locales), y continuando por los financieros, empresarios y ciudadanos en general, debemos plantearnos cómo acometer el año, cada uno con sus propias responsabilidades, para conseguir salir cuanto antes de esta situación. En mi opinión, ya no cabe la negación de las dificultades y los retos del nuevo año, que son muchos; los resumiría en dos categorías: corregir los excesos cometidos y recuperar la confianza.
En la primera categoría, los excesos cometidos en la última década han sido muchos y se han visto en especial reflejados en el excesivo nivel de endeudamiento del país. Confiados en la facilidad de financiación exterior, la deuda del país ha excedido el 10% del PIB, la tasa más elevada de toda Europa. El gasto por encima de los ingresos que ha generado ese endeudamiento se ha hecho en todos los ámbitos económicos.
En primer lugar, las administraciones públicas, la mayoría de las autonómicas y locales que, excepto el Estado, se han excedido con mucho en los gastos realizados por encima de sus capacidades de ingresos, endeudándose para muchas generaciones. Las instituciones financieras que han invertido en activos de riesgo cada vez más complicados y opacos, sin conocer siquiera cuál era la verdadera valoración de los mismos, ofreciéndoselos posteriormente a sus clientes como activos de calidad. Las grandes empresas que, olvidando el verdadero objetivo de su negocio, han realizado inversiones bursátiles y otras compras de activos con la expectativa de obtener fáciles beneficios. Los pequeños inversores que, animados por la obtención inicial de ganancias fáciles, se han endeudado por encima de su capacidad de financiación. También ha habido excesos grandes en los gastos corrientes: gastos de viajes, sueldos y bonus desmesurados en las grandes empresas, crecimiento excesivo de los gastos corrientes de las administraciones públicas, culto a los gastos corrientes de las familias a veces en base al endeudamiento de las mismas. El culto al gasto ha sido generalizado. La avaricia y la ostentación han sido dos variables no económicas que han provocado la crisis actual.
Y ahora toca ajustarse. Parte del ajuste vendrá obligado por la escasez de liquidez del sistema y la dificultad para financiar las deudas, pero el ajuste debería llevar a actitudes voluntarias más realistas y sensatas. Como consecuencia de estas actitudes, algunos, que no son precisamente los más responsables, ya están pagando caro estos excesos de la sociedad española. Son los asalariados y autónomos que se quedan sin trabajo y las pequeñas y medianas empresas que, además de ver disminuir sus ventas, no disponen del crédito necesario para mantener el negocio.
Por otra parte, la falta de confianza es generalizada. La desconfianza internacional hacia la capacidad de España para superar la crisis hace más difícil y más cara la financiación de la deuda. Acabamos de conocer la posible reducción de la valoración de la deuda española, que incidirá en su precio. La desconfianza de los inversores con expectativas de que los precios de los activos puedan continuar cayendo impide una mínima recuperación de la inversión. Los precios de las viviendas deben retroceder a niveles más acordes con las rentas y salarios de los ciudadanos para que se pueda absorber el exceso de oferta del mercado. La desconfianza de los consumidores, con temor de que su situación personal y familiar pueda empeorar, les hace más prudentes en los gastos. Es, por tanto, necesario hallar el camino para recuperar la confianza perdida y que las empresas puedan producir más y mejor; los inversores, invertir con seguridad y obtener rendimientos razonables, y los consumidores, comprar sin temor pero ajustándose a sus capacidades.
Sin embargo, una vez hechos los ajustes, contamos con algunos aspectos positivos en los que apoyar la deseada recuperación. Las autoridades monetarias están haciendo los esfuerzos necesarios para recuperar la estabilidad financiera aportando liquidez al sistema y bajando drásticamente los tipos de interés. Por otra parte, los precios del crudo y las materias primas se han moderado, eliminando uno de los factores desencadenantes de la crisis y provocando una reducción de la inflación que afectará positivamente a la renta de las familias.
Pero no hay que confiarse. Incluso en el escenario más optimista planteado en estos momentos con una posible recuperación de la economía en la última parte de 2009, es absolutamente necesario corregir los defectos estructurales de la economía productiva. El sector financiero tiene que recuperar su objetivo fundamental y conceder liquidez a las empresas de forma responsable. Las empresas deben ser más competitivas reduciendo costes y buscando huecos en mercados internacionales. El mercado laboral tiene que ganar en flexibilidad y adecuarse a las nuevas condiciones de los mercados. Las administraciones públicas, más eficaces pensando en el servicio a los ciudadanos, facilitando los trámites burocráticos, agilizando la justicia, especialmente en asuntos administrativos.
El Gobierno tiene su parte de responsabilidad y, además de asumirla, podría ayudar a que el ajuste sea más eficaz. No está mal que ayude a aliviar a los más desfavorecidos, con políticas sociales, a soportar la crisis. Pero no basta con eso, la recuperación vendrá necesariamente por la vía de las empresas que pueden crear empleo y actuar como catalizador de la confianza de todo el sistema. Hay que pensar en el medio y largo plazo, corregir las rigideces de nuestro mercado e invertir a futuro en educación, formación e innovación de procesos y productos. Los nuevos parámetros para la próxima década deberían ser trabajo, eficacia y austeridad.
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