La unidad nacional, al identificarse con la unidad religiosa, produjo en su exaltación el fanatismo, origen y a veces pretexto de instituciones y medidas que empobrecieron intelectual y económicamente al país, desterrando algunas veces de nosotros "la funesta manía de pensar". Y como cada cosa engendra su semejante, el fanatismo religioso engendró el fanatismo laico. El primero quemaba herejes y judíos; el segundo mataba frailes e incendiaba conventos. Al calor de esas hogueras de odio incubaron en el alma de nuestra raza las más bajas pasiones.
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